El
fallecimiento, a los 79 años de edad, de Manuel Sanchís Martínez,
el que fuera defensor izquierdo del Real Madrid y de la selección
española, luego entrenador del Tenerife, entristeció el fin de
semana.
Le
tratamos de cerca, en los años que hacíamos información deportiva
en COPE Tenerife. Primero que nada, una persona excelente. Serio,
cabal, predispuesto siempre para atender al informador, incluso en
los momentos menos gratificantes. Surcamos juntos muchos kilómetros
e hicimos numerosos desplazamientos en avión. Quedan en la memoria
algunas vivencias de entonces.
Fue
en la temporada 1977-78 cuando llegó, sustituyendo a Mariano Moreno.
Provenía del Castilla. José López Gómez, presidente del Club
Deportivo Tenerife. La iregularidad marcó la trayectoria del equipo
en la Segunda división. Los últimos partidos fueron un calvario. Se
jugó la categoría en Vigo, en Balaídos, antes de ser reconstruido
para el Mundial de 1982. Transmitimos aquel encuentro. El regreso, en
tren hasta Madrid, fue tristísimo. Acompañamos a Sanchís en el
vagón, recordando puntos absurdamente perdidos, lances fallidos y
alguna decisión arbitral... Ya se sabe, las disculpas de siempre
cuando se pierde la categoría.
Sanchís
se mantuvo entero, a sabiendas de que las semanas siguientes iban a
ser difíciles. Pensaba en su Elena, su esposa; y en su familia,
entre ellos, Manolín, que jugaba en el Infantil Alegría, al
principio como delantero centro “pero como era muy grande, al lado
de los demás, y era torpón de espaldas, entre Onésimo y yo le
pasamos a defensa”, decía Sanchís padre. Con el paso del tiempo,
el hijo emuló y superó al padre: miembro de la histórica Quinta
del buitre, fue
un baluarte indiscutible del Madrid y del equipo nacional.
Debe
ser de los pocos entrenadores en el fútbol español que, aún
habiendo descendido, el club que le había contratado le mantiene en
su puesto. Eso ocurrió con Manuel Sanchís Martínez, quien dirigió
al Tenerife en Segunda 'B' en la primera fase de la Liga 1978-79. Los
resultados no acompañaron: el descontento de la afición era
palpable. Lejos de ser un equipo aspirante con fundamentos, no
terminó de adaptarse a la categoría. Fue sustituido antes de la
primera vuelta.
Luego
marchó a Malabo (Guinea) para ser seleccionador de este país. Vivía
en un barco español. Ese fue el último contacto que mantuvimos,
aunque sabíamos de él por su hijo, a quien preguntábamos en Madrid
cuando coincidimos, junto a Jerónimo Saavedra, en algún concierto
de música clásica a la que es tan aficionado.
Sanchís
padre había sido campeón de Europa, en 1966, aquel Real Madrid yeyé
que
reverdeció laureles. Ese mismo año, marcó un gol descomunal frente
a Suiza en el Campeonato Mundial de Inglaterra. La foto de su
estallido alegre colgaba en el establecimiento del que era
propietario en la capital de España.
Jugando
de defensa, tenía una vocación atacante indiscutible. El lateral de
las medias caídas, tal era su estilo. Un buen marcador y un atacante
que sabía llegar a la línea de fondo. No tuvo suerte como técnico.
Una excelente persona, seria, tolerante y capaz de enseñar fútbol
con la mesura de los que saben.
Le
recordaremos siempre.
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