¿Cómo
deberían evolucionar las ciudades de modo que sean entornos
amigables para los seres humanos, sostenibles, seguros, inclusivos,
compactos, saludables y resilientes a las amenazas naturales, para
que, en definitiva, la convivencia se vea enriquecida?
La
respuesta está en la Nueva Agenda Urbana,
un documento aprobado en Quito por los Estados miembros de las
Naciones Unidas que constituye una especie de guía para que éstos
la desarrollen con la coordinación de los distintos niveles de
gobierno. Un documento en el que se aboga por ciudades más
compactas, menos contaminantes y más saludables, comprometidas en
una contribución activa a frenar el cambio climático. Ciudades
donde las personas disfruten de verdad de su entorno y donde el
carácter inclusivo refleje también la integración de migrantes y
refugiados. Paliar la pobreza y las desigualdades, promover y
favorecer la igualdad de género así como el crecimiento económico
serían otros objetivos de la Agenda.
El asunto tiene que ver
con la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS),
situados en el horizonte del año 2030, con un papel activo reservado
a los poderes locales pero también a los ciudadanos sin cuya
complicidad difícilmente se podría materializar la conquista de los
ODS. Se trata, por tanto, de producir una sensibilización adecuada
con el fin de involucrarse fehacientemente. Si no, olvidémonos de
resultados tangibles.
Los ciudadanos quieren,
cuando menos, contrastar avances. Se ha despertado en los grandes
núcleos urbanos un temor claro ante la amenaza terrorista, solo
superable no exclusivamente con medidas preventivas específicas sino
con una labor pedagógica que propicie la recuperación de la
autoestima y el mismo desenvolvimiento en el contexto comunitario de
población.
Cuando conocemos estas
cosas y estos planteamientos, barruntamos un gran cambio social,
impulsado, además, por los formidables adelantos tecnológicos,
aplicables en las propias redes de ciudadanía. Pero dudamos del
ritmo y de su cristalización plena, entre otras razones porque desde
los poderes públicos no se hace lo suficiente y lo debidamente
acertado para inculcar nuevos valores a la sociedad -o recuperar
otros, ya evaporados- y para estimular la participación o el papel
activo de quienes prefieren refugiarse en las series televisivas o en
costumbres ya mecánicas y rutinarias.
Se
trata entonces de facilitar la accesibilidad a iniciativas como esa
Nueva Agenda Urbana que
ojalá no sea otro esfuerzo baldío, una excelente formulación
teórica que no pasó de ahí, por falta de voluntad política, por
incapacidad para hacerla transparente o por no poder desarrollarla
desde un punto de vista pragmático.
Si
admitimos que nos encontramos en un momento crucial en la historia de
la Humanidad, con opciones para unas mejores condiciones de vida pero
también con incertidumbres crecientes, hay que ser proactivos y
estar predispuestos para lograr que los entornos sean más
integradores y más compactos.
Conclusión: primero,
voluntad política y formulación teórica apropiada. Segundo,
estímulo y efectividad de la participación de la ciudadanía.
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