Fueron unos años duros, durísimos. Episodios crudos, amargos.
Un vértigo informativo como no se había experimentado antes. A cualquier hora,
incluso de madrugada, aviso de llegada. Y siempre el primer parte: el número,
hombres, mujeres y niños, supervivientes… y número de fallecidos en el
trayecto. Nos tocó entonces, a mediados de la década pasada, en la Delegación
del Gobierno en Canarias. Las informaciones se amontonaban un día tras otro. La
prensa extranjera acreditada pidiendo datos. La coordinación con los
responsables de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, con algunas
policías locales, con los dispositivos de emergencia de varias organizaciones. La
instalación de tecnología avanzada para detectar y prevenir. La estructuración
de un organismo supranacional, FRONTEX, con tal de ir tratando el asunto con el
máximo rigor desde el punto de vista de la seguridad. El episodio de Las
Raíces. Otro trágico en la costa lanzaroteña. La primera atención y el
internamiento en algunos centros habilitados. Los procesos de devolución. La
búsqueda de intérpretes. La visita del mismísimo presidente del Gobierno,
Rodríguez Zapatero, a algunas dependencias. Las críticas de algunos actores
sociales y el respaldo de los obispos canarios a las políticas de acogida de
entonces. Las reuniones al más alto nivel para empezar a encontrar soluciones
desde la cooperación al desarrollo.
Fueron unos años duros, durísimos. Los años de un drama
humano.
Un drama que puso a Canarias
en el horizonte. Este es el título de una exposición que puede contemplarse
hasta el 3 de noviembre próximo en el Parlamento de Canarias. Los ciudadanos
africanos -y también de algunos países asiáticos- habían cedido ante las mafias
que sin escrúpulos trafican con seres humanos y pusieron rumbo al horizonte,
donde estaba Canarias como puerta de entrada la tierra de promisión.
La exposición es un modesto tributo al trabajo de periodistas
y medios que entonces se afanaron en prestar una cobertura a la altura del
fenómeno que era la inmigración irregular y el impacto que suponía en las islas
y en un destino turístico. Los profesionales de la comunicación se esmeraron y
hasta arriesgaron. Hubo imágenes que dieron la vuelta al mundo, sin
exageración.
Esas fotos, entre otras imágenes y de tratamiento
audiovisual, son los Testimonios de una
respuesta civilizada, subtítulo de la exposición, que es una esmerada
colección de los trabajos que dan fe del alcance de aquel drama, de las
primeras medidas de acogida dispensada a las más de treinta y cinco mil personas
que arribaron a nuestras costas en pateras y cayucos.
Los informadores, los redactores, los fotoperiodistas, los
‘freelances’ y los cámaras hicieron un trabajo descomunal durante la que se
conoce no solo coloquialmente como la ‘crisis de los cayucos’. Fueron
fedatarios de un fenómeno singular que vivimos muy de cerca. Tienen su lugar en
la historia. De ahí que este reconocimiento que entraña la exposición sea
considerado como eso, como un tributo a su trabajo y a sus desvelos.
Reproducciones de páginas e informaciones, fotos en la orilla y en los riscos,
imágenes televisivas y crónicas radiofónicas dan contenido a la iniciativa que
coincide con una reunión del Grupo de Trabajo ‘Movimientos Migratorios y
Derechos Humanos’ de la Conferencia de Asambleas Legislativas de las Regiones
Europeas (CALRE).
Sin tales testimonios sería difícil comprender aquellas
páginas, tan delicadas, aquellos años tan duros, aquellos episodios tan crudos.
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