La práctica totalidad de los espacios informativos viene dando cumplida cuenta del juicio con jurado popular que se está celebrando para esclarecer los hechos de un presunto asesinato ocurrido en A Coruña, en julio de 2021, y en el que perdió la vida un joven de 24 años, Samuel Luiz. El doctor en Comunicación por la Universidade de Santiago de Compostela, Jorge Vázquez-Herrero, señaló que “a una parte de la sociedad le bastaron unas pocas horas para un pseudojuicio en línea”.
Los hechos ponen de relieve los efectos nocivos de la desinformación y cómo inciden en los perfiles de vulnerabilidad. Una investigación financiada en 2019 por la Fundación Luca de Tena y la red social Facebook constató que, tal y como ya se venía observando en otros países, en España existían grupos de población especialmente vulnerables a la desinformación. Llama la atención que más de la mitad de los españoles ya presentaban entonces un grado .relevante de vulnerabilidad ante la desinformación. Que la amenaza desinformativa hubiese adquirido tales dimensiones antes del estallido de la pandemia, no hace sino confirmar que el fenómeno ya era preocupante, aunque luego encontró un caldo de cultivo idóneo durante el confinamiento Baste un dato: la última semana de marzo de 2020 se registró un incremento del 55 % en el uso de las redes sociales en nuestro país.
El profesor Vázquez-Herrero analiza las variables de la que llama la vulnerabilidad desinformativa a partir de los resultados de la citada investigación que escudriñaba los factores capaces de generar un caldo de cultivo propicio para los trastornos informativos. Respecto a la edad, por ejemplo, se comprobó que los jóvenes eran el grupo de edad más vulnerable a la desinformación y que, particularmente, el colectivo de adolescentes era el que más sucumbía a los mensajes falsos.
Sobre la posición económica, otro parámetro, se descubrió que una situación más favorable parecía reducir la vulnerabilidad a la desinformación, siendo los desempleados y los inactivos los subgrupos con más nivel de vulnerabilidad. Por otro lado, no se pudo determinar la relevancia del nivel de estudios en la vulnerabilidad a la desinformación aunque, de manera muy leve, sí se observó que, a menor nivel de estudios, existía un grado ligeramente superior de vulnerabilidad hacia la desinformación.
Atención a este registro: fue mucho más evidente la correlación existente entre el consumo de contenidos en internet: aquellas personas con una exposición superior a tres horas diarias en esta plataforma presentaban un mayor grado de vulnerabilidad a la desinformación.
Para el profesor Vázquez-Herrero, “la banalización del influjo potencial de la desinformación puede responder a la gratificación que se vislumbra en su consumo inmediato. Es muy posible que se reenvíen mensajes desinformativos a sabiendas de que lo son, simplemente porque son divertidos y no se vislumbra el daño verdadero que pueden perseguir. Por eso conviene detenerse en las intenciones menos lúdicas y más estratégicas de quienes entienden la creación de estos contenidos desinformadores como una herramienta de desestabilización”.
La conclusión es que las noticias falsas tienen un 70 % más de probabilidades de ser retuiteadas pues la velocidad y el volumen de contenidos no ayudan a evitar que se acabe diseminando más lo falso que lo verdadero. Los peligros para confundir y desconcertar a los consumidores de información son evidentes. Lo sugiere el profesor gallego: “En una sociedad en la que cada vez es menos viable mantenerse al margen de los impactos mediáticos, la exposición inerme al bombardeo suena, cuanto menos, inconsciente. Cuanto antes se dote a los futuros consumidores de contenidos mediáticos de herramientas para discriminar la desinformación, más necesariamente crítica será la sociedad del mañana”.
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