Se denomina conectividad a
la capacidad de establecer una conexión: una comunicación, un vínculo. El
concepto suele aludir a la disponibilidad que tiene un dispositivo para ser
conectado a otro o a una red. En el mundo de nuestros días, la conectividad es
esencial para unir, para acceder, para saber, para estar en otro lugar, no
importan la distancia ni los horarios.
Prescindiendo de explicaciones técnicas, habrá que
preguntarse cómo se las ha ingeniado la Asociación Cultural Humboldt,
especialmente Isidoro Sánchez García, para establecer esta conexión entre La
Graciosa y el Teide, acaso la que faltaba en el imaginario de los canarios.
Porque entre islas y entre pueblos, sí; por muy distintos motivos y medios.
Pero incluir a La Graciosa -el gran descubrimiento, la nueva pasión
vacacional-, casi siempre olvidada, y unirla al Viejo gigante, es todo un alarde, máxime cuando se hace con arte y
con música, los otros lenguajes que se agradecen en tiempos convulsos y
revueltos como son los que nos ha tocado vivir.
Desde el pico, algunas veces se ven todas las islas. Igual
pensaron en esta circunstancia cuando quisieron unirlas. Desde Caleta de Sebo o
desde Pedro Barba, la fugaz aparición de la cúspide habrá servido para guía de
navegantes en amaneceres luminosos y radiantes.
Pero todos sabemos que las doradas planicies gracioseras poco
tienen que ver con la rocosa y escarpada geografía teideana. Allá, el complejo
de Las Agujas, en el marco de cuatro conjuntos volcánicos bien diferenciados,
es la máxima cota, 266 metros de altitud. Casas blancas y calles de arena, la
quietud, el viento, las típicas sombreras de palma, la vestimenta azul marino
de los marineros, el paso imperceptible de las alpargatas de lona beige, la
pesca, las capturas en las azoteas, túnidos, bonitos, raviles y otras especies
salándose, dorándose, el sonido del Atlántico, con olas o sin ellas... la vida
discurre en La Graciosa derrochando, sobre todo, serenidad. Con la cautivadora tonalidad turquesa de sus
aguas y el lienzo ocre de sus arenas. El risco de Famara, Lanzarote, parece
protegerla para que brinde todos sus encantos naturales, vistas inigualables
que los viajeros sensibles saben apreciar.
La Cocina, Barranco de los Conejos, Francesa, Las Conchas, El
Salado, La Laja, Lambra... Estos nombres de playas seguro que resultarán
familiares a muchos de ustedes. Las noches de luna llena en La Graciosa, cuando
el silencio es elocuente, en sus playas, al raso, o entre los muros gruesos de
sus casas bajas, son el escenario paradisíaco que hay que preservar, dicho sea
con énfasis después de que se acumulen los testimonios que revelan unos índices
de ocupación muy elevados y que hacen temer por la sostenibilidad. Los paraísos
son para cultivarlos, cueste el sacrificio que cueste.
En La Graciosa chinija, la mayor reserva marina de Europa, se
inspira uno de los artistas que esta noche dan vida a esa convocatoria de la
Humboldt: Nicolás Laiz Placeres, nacido en Lanzarote en 1975. Máster en Bellas
Artes por el Goldsmiths College de la Universidad de Londres y licenciado en
Bellas Artes por la Universidad Complutense de Madrid. Ha hecho numerosas
exposiciones individuales en las islas, en capitales europeas y americanas;
también ha intervenido en colectivas de notable éxito.
La sencillez es la cualidad sobresaliente de los dibujos de
Laiz. On tourism, es un cuaderno hecho este mismo año, El souvenir de
Lanzarote, una prueba de la identificación con su isla natal de la que
salta con frecuencia a Gran Canaria y Tenerife, tratando de atender todas las
ofertas que acumula. Laiz dibuja en la búsqueda constante de un contexto lúdico
y hedonista.
Con seguridad, Pepe Dámaso e Imeldo Bello andan en el mismo
proceso de componentes estéticos y culturales. Las cumbres tinerfeñas,
coronadas por la majestuosidad del Teide, no les resultan ajenas. Al contrario,
las tratan con una sensibilidad especial. Se acercan con audacia hasta
convertirse en transgresores de la propia orografía y de los caprichos
paisajísticos.
Todo lo de previsible que pueda hallarse en La Graciosa es
inesperado en el Teide y su descarnado grito telúrico que une a dos artistas
nacidos para la finura pictórica y la producción fecunda. Sus trayectorias son
suficientemente conocidas: es innecesario resumirlas de nuevo.
La conexión está hecha, pues. No hay milagro artístico sino
conjunción. Hay un espacio inigualable desde el techo canario hasta las doradas
playas gracioseras, tan atractivas, tan pletóricas.
Pero... como que faltaba la música. Y esa la pone el cubano
Othoniel Rodríguez hasta completar una constelación que da lustre a la
iniciativa que nos hará gozar en esta septembrina noche portuense. En el
escogido repertorio de Othoniel, culminado con tres obras del gran maestro y
paisano, Ernesto Lecuona, su piano nos trasladará a las noches gracioseras de
las que hablamos. Hará que se dispare la imaginación para interpretar en
nuestros adentros todos los encantos hasta exaltar los valores naturalistas de
los artistas invitados, interconectados para que gocemos del arte, para
enriquecer nuestra aptitud creativa y para que, en definitiva, disfrutemos con
lo que de vez en cuando se brinda como una opción de la excelencia.
Ya se ha dicho: se cumplen hoy doscientos cuarenta y ocho
años del natalicio de Alexander von Humboldt, un pensador de extraordinaria
amplitud. Un naturalista, un geólogo, un aventurero, en definitiva, un sabio,
un científico, el primero que consideró a la naturaleza en su conjunto.
Si
la obra de Andrea Wulff, escritora y profesora en el Royal College of Art, en
Londres, titulada La invención de la
naturaleza. El nuevo mundo de Alexander von Humboldt, logra revivirle, como
señalan los críticos, esta combinación de arte y música promovida por la
Asociación Cultural que lleva su nombre es otra modesta aportación para
conmemorar la fecha, para recordar su paso por Canarias y para rendirle un
merecido tributo.
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