Estamos a catorce días. La recta final es vertiginosa. La
sucesión de hechos, gestos, teatralidades, declaraciones, réplicas,
advertencias y dislates hacen cada vez más incierta la suerte del referéndum
catalán. Ya escribimos que el cerco se estrecha. El engranaje de la máquina de
la justicia sigue funcionando: puede que, de aquí al primero de octubre, con
papeletas autoimpresas o sin ellas, con urnas o sucedáneos, haya alguna
sorpresa. Veremos.
En medio del tráfago, quedémonos con alguna afirmación
sensata, de esas que, tal como están las cosas, se agradece. La ha hecho el
responsable diplomático francés en Barcelona, Raphael Chambat, después de que
en la celebración de la Diada unos encapuchados -qué miedo da esto, de verdad-,
se supone que radicales, quemaron las banderas de España, Francia y la Unión
Europea. La acción fue reivindicada por las juventudes de la CUP y aireada
convenientemente en las redes de ciudadanía.
El señor Chambat reaccionó como puede esperarse ante la
afrenta. Condenó el hecho y enfatizó: “No aceptaremos, bajo ningún concepto,
que nuestra bandera sea quemada”. Es una afirmación para aprender, más allá del
chovinismo galo y de la “grandeur”: es una forma hasta de educar, de saber lo
que son los símbolos de la Patria y de cómo deben ser respetados. El
diplomático, fiel a su espíritu, señaló: “Que pidan disculpas al pueblo
francés”.
No las espere, monsieur
Chambat. Al contrario, es probable que en medio del delirio alguien diga
que es libertad de expresión. Pero este suceso seguro que en Francia hubiera
sido condenado por un tribunal. Si no recordamos mal, desde principios de siglo
está penalizado con la cárcel. “Es un insulto a Francia, a mi país y a todos
los franceses”, remató el diplomático, antes de insistir en que había que pedir
disculpas.
Pero esto ya no hay quien lo controle. El nacionalcatalanismo avanza asumiendo que
vale todo en las circunstancias que caracterizan la causa independentista. Mal
sigue, por cierto, quemando banderas de países tan poco sospechosos como
Francia o de organizaciones supranacionales como la Unión Europea. Si así van a
comportarse, mejor no imaginarlo.
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