Ya están ahí, en el Parlamento alemán (Bundestag), y en trece
de las dieciséis asambleas legislativas germanas. No son ya fantasmas; son los
herederos del nazismo, de Hitler, que han vuelto para desazón de cuantos ven
amenazada la convivencia plural y democrática. ¡Quién lo iba a decir! Un pueblo
avergonzado, que se había conjurado para decir nunca más y para no repetir los
errores de la historia, se ve sacudido por la irrupción de Alternativa por Alemania (AfD) que, con su mensaje racista, populista
y excluyente, con ánimo revanchista y con fuentes inspiradoras claras, parece
no hacerlo en son de paz: “Hemos sido elegidos por el destino como testigos de
una catástrofe que será la más poderosa confirmación de la solidez de las
teorías de los grupos radicalmente etnocentristas”, han coincidido sus líderes,
mientras empiezan a lidiar los sinsabores de su éxito con una fractura interna.
No es para tomárselo a broma ni insignificancia: entran por
primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, con el 13 % de los votos y más de
noventa escaños. Parece una maldición pero la historia parece repetirse, al
menos en una fase preliminar: como si no la conocieran o no la recordaran,
están condenados. Los analistas y observadores creen que el resurgimiento de la
ultraderecha alemana significa un sonoro fracaso del sistema de partidos de
Alemania que deja de ser así ese oasis de estabilidad política con que se la
identificaba.
Uno de aquéllos, el periodista y politólogo Sebastian
Friedrich, atribuye a cuatro grandes crisis el crecimiento de los ultras
alemanes: la del conservadurismo, la del capital, la de representación y la
social. La escalada de AfD, ante un trasfondo social convulso y una evidente
falta de soluciones en medio de una sociedad cada vez más descreída, se hizo
inevitable. En realidad, creció y siguió la corriente ya advertida en Francia,
Austria, Croacia, Hungría, Polonia y la mismísima Dinamarca.
Han llegado, ya están ahí con sus primeras amenazas: “Vayan
preparándose”. Y solo cabe irse impregnando de miedo, sobre todo cuando se
conoce la proclamada intención: “Recuperar nuestro país y nuestro pueblo”. ¿Les
suena? ¿No fue este discurso la antesala del crimen, del terror y del
exterminio? Sigmar Gabriel, ministro de Asuntos Exteriores de Angela Merkel, ha
sido tajante: “Son auténticos nazis”. Las circunstancias empeoran la realidad,
sobre todo porque han venido para quedarse y al pueblo le va a costar mucho
desambarazarse de una calamidad. Pero la democracia es así de ancha. Tanto,
como para que algunos abusen.
1 comentario:
Lo he leído, con atención y con ganas de saber, pues del maestro eso es lo que se espera. Me ha encantado el planteamiento y coincido plenamente con tu tesis... Muchas gracias.
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