O
sea, hay que anotar la fecha del 31 de agosto de 2017 como un día
aciago. Un verdadero cataclismo debió ocurrir para que en esa fecha,
tan solo en esa fecha, causaran baja en la Seguridad Social de
nuestro país doscientos treinta y cinco mil trescientos dieciocho
cotizantes. La estacionalidad, se dirá. La tradición, lo habitual,
se apuntará.El final del verano, para entendernos.
Y
en efecto, todos los análisis de las estadísticas del desempleo
referidas a agosto convergen en ese factor. Las centrales sindicales
van un poco más lejos y hablan de un fracaso del modelo productivo
del Partido Popular (PP) así como de la excesiva precariedad,
circunstancia en la que se ha venido insistiendo, incluso cuando los
resultados eran de los más favorables. El Gobierno, a lo suyo: a
lomos del triunfalismo, aunque la tendencia se invierta, que es
realmente lo que ha ocurrido después de seis meses consecutivos
generando empleo y aprovechando para presentarlo como la prueba del
nueve de la recuperación económica.
Bueno,
pues agosto dejó cuarenta y seis mil cuatrocientos parados más para
dejar la cifra total en tres millones trescientas ochenta y dos mil
trescientas veinticuatro personas, la más baja de los últimos ocho
años. Y es que durante los ocho primeros meses del año, el
desempleo ha disminuido en trescientas dos mil seiscientas cincuenta
personas.
Pero
bueno, que en un solo día, en ese maldito 31 de agosto, más de
doscientas treinta y cinco mil personas dejaran de cotizar revela la
artificialidad y la fragilidad de las estructuras de nuestro mercado
laboral. La temporalidad y la parcialidad en la contratación, como
hemos comentado otras veces, cuando nos hemos congratulado de que el
acceso al empleo tuvieron un ritmo creciente y sostenido -bien es
verdad que con tales condicionantes- juegan en contra de los
trabajadores y de las propias políticas de empleo. Si solo 7,5 de
cada cien nuevos contratos son indefinidos y de ellos casi la mitad
son a jornada parcial, está muy claro que el empleo generado es de
baja calidad. Así no se avanza mucho que digamos.
Al
contrario, se consolida lo que algunos análisis denominan
'volatilidad laboral' cuyos niveles no disminuyen y transmiten poca
confianza a quienes se incorporan al mercado laboral y a quienes
estando ya dentro ven peligrar su puesto. Es indispensable que el
emperesariado tome conciencia para acabar con prácticas fraudulentas
y contrataciones abusivas que solo han servido, por lo que ahora se
aprecia, para inflar estadísticas a mahyor gloria gubernamental.
De
modo que las deficiencias del modelo productivo y la sustantiva
precariedad en el empleo obligan a replantearse muchas cosas. Hace
escasas fechas se hablaba de recuperación del Producto Interior
Bruto (PIB) y de los beneficios empesariales a niveles previos a la
crisis. Algunos empresarios, incluso, creyeron llegada la hora de
aumentar los salarios. Es probable que ahora digan lo contrario. Que
se tenga en cuenta otro dato: la cobertura por desempleo deja
desprotegidos a cuarenta y uno de cada cien parados. Eso significa
que, advertida la tendencia de destrucción y de reducción de
cotizantes a la Seguridad Social, por si se alarga, habrá que
decidir la prórroga del denominado 'Plan Prepara' y reanudar el
diálogo social para revisar los esquemas de dicha cobertura, no sea
que entonces muchos vuelvan a niveles de muy complicada subsistencia.
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