viernes, 16 de febrero de 2018

OTRA MATANZA

El gobernador del Estado de Florida (USA), Rick Scott, puede que aún aturdido por los efectos de la terrorífica acción protagonizada por Nikolas Cruz quien disparó en la que había sido su escuela secundaria hasta causar la muerte de diecisiete personas, declaró: “Queremos que esto no vuelva a pasar. Debemos tener una conversación real sobre este problema: ¿cómo prevenir que una persona con enfermedades mentales toque un arma? La violencia debe parar. No podemos perder otro niño por la violencia en este país”. Sus palabras desnudan un serio problema en los Estados Unidos, donde sucesos similares se van concantenando sin que se aprecien determinaciones claras de los poderes públicos y de la sociedad misma para cumplir el aserto del gobernador Scott: “La violencia debe parar”.
Pero, ¿cómo? Pero, Dios mío, si fue hace apenas unos meses cuando ocurrió aquel desequilibrante suceso en Las Vegas, donde un hombre armado, contable jubilado, produjo la mayor matanza con arma de fuego jamás registrada en la historia del país: cincuenta y ocho muertos y quinientos quince heridos. Los datos siguen siendo demoledores: en lo que va de año, mil ochocientas personas han perdido la vida en Norteamérica por heridas de bala. Y desde 2011, doscientas mil personas.
Oigan, esto no es cualquier cosa, por muchos episodios crueles vividos con anterioridad, para estupor y conmoción no ya de la ciudadanía estadounidense sino de todo el mundo. Un mundo que va cavando su fin, una sociedad enferma que no tiene explicación. Seguirán vendiendo armas bajo no se sabe muy bien qué principios de autodefensa y continuarán fomentando la violencia, la muerte y la destrucción.
¿Cuántos sucesos como el de Las Vegas o el de Florida tienen que reeditarse para que dejen de expedir armas de fuego a cualquiera? ¿Habrá más lobos solitarios, como han sido calificados por las autoridades los autores de los disparos, sean del perfil que sean? Es insuficiente la declaración del presidente Trump: no basta con decir que somos una gran familia, que rezamos por las familias y sus víctimas. O, dirigiéndose a los niños, enfatice: “No estáis solos”. Pues que se imaginen un incierto porvenir, mientras prevalezcan las circunstancias, cuando se calcula que nueve de cada diez civiles poseen armas. Entre la Constitución que ampara, la protección de las libertades y una extraña suerte de aceptación natural del uso de rifles, pistolas y revólveres, la cuestión es complicada. Los republicanos se resisten a hacer concesiones en los intentos de condicionar el acceso y la compraventa. El presidente Obama intentó algunas limitaciones pero no cosechó votos suficientes. Entre unas cosas y otras, pero cada vez con más niños y jóvenes muertos sobre la mesa de cualquier diálogo, continúa el espanto y el punto final sigue lejos. El problema, en el fondo, igual no son las armas sino el odio. Y este se convierte en una especie de peste contagiosa. Al mundo le queda la sacudida. No somos nadie. Y menos, en USA.


No hay comentarios: