Más
de doscientas personas, entre las que figuraban políticos en activo,
ex ministros, cargos públicos socialistas, profesores, profesionales
de toda condición y militantes habían firmado ayer un manifiesto en
defensa del papel de mediador en el conflicto venezolano del ex
presidente del Gobierno de España, José Luis Rodríguez Zapatero.
Venezuela
atraviesa una crisis sin precedentes en el país y puede que en todo
el continente sudamericano. Leer diariamente un periódico como El
Nacional es deprimirse. No ya
por el contencioso político que ha desembocado en una fractura
social evidente sino por informaciones que versan sobre calidad de
vida, carencias, inseguridad, casos de desnutrición infantil,
pobreza extrema, en fin...
Cada
vez más aislado y sin credibilidad, el Gobierno de Nicolás Maduro
resiste como puede. Abrumada por acusaciones de todo tipo y que han
terminado acuñando el término narcorégimen, exprimiendo
el victimismo y agitando la bandera que viene el yanqui, sufriendo
cómo galopa la inflación, aquella revolución bonita de
la que hablaba “el Comandante eterno”, según definición de los
propios bolivarianos, se estira y estira hasta agotarse, hasta hacer
que se añoren otros tiempos, muy denostados por cierto cada vez que
sube, uno o más puntos, el termómetro del descontento.
En
medio de ese embrollo, acentuado por las ostensibles diferencias
entre el Gobierno (oficialismo) y la oposición, representada por la
muy frágil y descreída Mesa de Unidad Democrática (MUD), aparece
un Rodríguez Zapatero que intercede a favor del diálogo entre las
partes, tratando de acercar posiciones y de evitar más tensión que
haga inviable una convivencia siquiera de mínimos. Su papel fue
reclamado por la Unión Suramericana de Naciones (UNASUR) y ha sido
apoyado por el Gobierno de España, por la Unión Europea (UE), el
Vaticano y hasta por Washington. El proceso dura ya dos largos años
y no parece que los avances, si es que los hay, permitan vislumbrar
una salida. Al contrario, entre unas cosas y otras, el túnel aparece
cada vez más oscuro.
Sobre
Zapatero han llovido muchas críticas, claro. Ha desempeñado, junto
al presidente de la República Dominicana, Danilo Medina, un activo
papel para intentar fijar unas bases que sean respetadas y den paso a
una etapa menos crispada. Pero ese papel no contenta, especialmente a
la oposición que interpreta una cierta parcialidad y un alineamiento
con el arco gubernamental. Ni siquiera su decisiva intervención para
la liberación de Leopoldo López, por ejemplo, está mereciendo
reconocimientos.
El
ex presidente español, un demócrata convencido, un político de paz
y concordia, está empeñado en facilitar el diálogo en el país
hermano, donde la polarización ideológica y social es una latente
amenaza de confrontación civil. Pero peor es el progresivo
empeoramiento de la convivencia, ahora sacudida por la convocatoria
de elecciones presidenciales sobre las que se ciernen todas las dudas
del mundo, incluso las de si hay candidaturas alternativas a la de
Maduro. El régimen totalitario venezolano hace lo que está a su
alcance para sembrar el pánico. Y la oposición, a estas alturas,
aún no ha sido capaz de ponerse de acuerdo para encontrar un
liderazgo aceptado y un proyecto político ilusionante. Cómo será
el calado de la crisis que están dudando de si acuden o no a las
urnas. Ir o no ir, esa es la cuestión. Esa democracia, desde luego,
sigue muy amenazada.
De
ahí que tenga sentido el manifiesto público de la defensa de su
papel. Las tribulaciones del pueblo venezolano merecen afanes como
los del ex presidente, a sabiendas de que será difícil, por no
decir imposible, dadas las circunstancias y el encono que se aprecia
en lontananza, obtener resultados positivos que esclarezcan el
panorama social y político, ahora mismo caracterizado por sombras
inquietantes bajo las que se puede afirmar que mucho tiempo ha de
pasar para superar esta crisis, en la que algunos, como Zapatero, se
esfuerzan, por el momento sin fruto.
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