Que los profesores vayan armados es todo lo que se le ha
ocurrido al presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, para tratar de
evitar -¿evitar?- los tiroteos y las matanzas en centros educativos del país,
tan frecuentes y horripilantes a lo largo de los últimos años.
Como quien dice echar gasolina al fuego. Para disuadir y
proteger, más armas. Pues sí que estamos arreglados. Vaya filosofía, vaya
estatura de gobernante. Se nos dirá que Trump y USA son así, mi querido amigo;
pero la solución, aun cuando sea constitucional, resulta desconcertante. Cuando
creíamos que ya las muertes de los inocentes de Parkland (Florida), y todas las
muertes de episodios similares anteriores, obligaban a unos primeros pasos para
restringir o limitar la venta y el uso de armas de fuego, va el señor
presidente y dice que la alternativa es armar a los educadores. Y detalla:
“Deben ser expertos en armas de fuego y tener entrenamiento
anual. Deben obtener una bonificación anual. Los tiroteos no volverán a suceder.
Es un elemento de disuasión grande y muy
barato. Responsabilidad de los estados”.
Elemento de disuasión, dice. Seguro que hay gente que habrá
aplaudido esta nueva ocurrencia de Trump y que los republicanos, las
asociaciones del rifle y otros lobbies se
habrán mostrado satisfechos. El negocio no peligra. Da igual el espanto que
significa la muerte en esas circunstancias de personas, de adolescentes
inocentes. Aquel “haz el amor y no la guerra” es una antigualla que se podrá
mentar pero sin servir absolutamente de nada. El pacifismo dejó de interesar y
de ser un mensaje útil en un país que aún luce ramalazos de racismo, donde
mucha gente comulga con soluciones violentas.
O sea, que los profesores entrarán a clase o recorrerán
pasillos, patios y canchas con un fusil y una pistola. Espeluznante, más si
ello es alentado por el mismísimo presidente de la nación, quien propugna
aumentar la edad, de 18 a 21 años, para adquirir un arma y hacer un estricto
examen psicológico a los compradores. En un país donde el número de armas casi
iguala al de ciudadanos, su presidente entiende que la solución es meter las
armas en los lugares donde se enseña. Vivir para contar y ver para creer. Los
docentes tendrán que aprender a disparar: es tremendo. Los lamentos de los
padres que perdieron a sus hijos pedían una oportunidad para dificultar el
acceso al armamento. Los estudiantes también quieren escuelas e institutos
libres de armas. Pero da igual: las seguirá habiendo. Y lo que es más grave:
también las portarán los profesores.
Se buscan objetores.
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