Los
resultados de las últimas elecciones en Italia son la constatación
de los sucesivos fracasos de la socialdemocracia en Europa. Sin
estrategia ni discurso, muy desnaturalizado, muy desdibujado en el
espectro político, el centroizquierda apenas alcanzó el 19 % de los
votos. Mateo Renzi, presidente del gubernamental Partido Demócrata
(PD), tuvo que dimitir. Tremendo el frenesí electoral de nuestros
días: Renzi, 43 años, ya es un ex. Una de las grandes esperanzas
alimentó la frustración, la ya larga sombra de la crisis. La
socialdemocracia europea vaga sin alma, sin un sustrato ideológico
propio, y lejos de fortalecer una alternativa a los esquemas
conservadores y liberales, se inhibe con tibieza hasta propiciar que
amplios sectores de población, decepcionados o desmotivados,
prefieran depositar su confianza en aquéllos, siquiera con la nariz
tapada, como es el caso de la corrupción en España. No es de
extrañar, pues, que las derechas y los populismos extremistas,
incluso las opciones xenófobas, aún fragmentadas, avancen y
estudien el reparto del poder.
Hay
que ir más allá de los resultados electorales. Importan, claro que
sí. Para cualquier programa o cualquier organización política.
Pero tal como evoluciona la política, condicionada por múltiples
intereses caracterizados por el mercantilismo, es indispensable
disponer de contenidos ideológicos sólidos y ganar espacios. La
crisis de la socialdemocracia debe ser contemplada entonces con suma
preocupación. Después de una etapa de conquistas y de evidente
bienestar, la clase trabajadora, sostén de sus bases electorales,
pasó a engrosar las clases medias que, naturalmente, se van haciendo
más conservadoras. Según el profesor Vicenç Navarro, los
dirigentes de algunos partidos se han olvidado del concepto 'clase
social', excepto “en su referencia a las siempre presentes clases
medias, y dentro de una estructura social que se redefine,
limitándose a hablar de ricos, clase media y pobres, o clase alta,
media y baja”.
Navarro
es rotundo al afirmar que “a mayor cultura socialdemócrata en un
país (tal como ocurre en la mayoría de los escandinavos, mayor es
la propensión de la población a definirse como miembro de la clase
trabajadora. Y por el contrario, a mayor cultura conservadora y/o
liberal en un país, mayor es la percepción de que las clases han
perdido su valor definitorio, considerándose a la clase media como
la clase mayoritaria por antonomasia en aquel país”.
Otro
autor, el analista inglés Tony Barber, escribe en Financial
Times que
la gente no rechaza el proyecto original, fundamentado en los
principios del Estado de bienestar, trabajo estable y creciente
igualdad, sino la tolerancia, hasta el entreguismo, del socialismo
democrático, “ante los peores excesos del capitalismo financiero y
la colusión con la derecha para que los menos favorecidos paguen la
factura del rescate”.
Será interesante
comprobar, en ese sentido, cómo va a funcionar la coalición
acordada en Alemania, entre la Unión Cristiano Demócrata (CDU) de
Angela Merkel y sus aliados de Bavaria (CSU) y el Partido
Socialdemócrata (SPD), de Martin Schulz. Las juventudes de esta
organización se opusieron rotundamente pensando más en el
alejamiento de la referencias políticas e ideológicas que en el
desgaste social y electoral. Dependerá de cómo Schulz y los suyos
timoneen la situación, partiendo de soportes pragmáticos que, a la
larga, resulten perjudiciales.
Las derechas, con esta
crisis del modelo socialdemócrata, están encantadas, desde luego.
No hay comentarios:
Publicar un comentario