Al
doctor portuense Javier González Pérez, licenciado en medicina y
cirugía por la Universidad de La Laguna, le va la lectura. No es que
le vaya, le apasiona. Como le seduce la escritura, no en vano es
autor de varios libros: Sudando tinta (Editorial
Idea), Deportistas ejemplares (Veredalibros)
y Napecor (Veredalibros),
cuyos contenidos dejaron un gratísimo sabor, el de las experiencias
personales e íntimas, plasmadas en páginas muy amenas a las que en
su momento nos referimos.
Fruto
de esas lecturas incesantes, buceando entre aquéllas que se hacen
acreedoras de la curiosidad desde la portada, o desde el llamativo
título, incursionó ahora con una interesante ponencia en la que
descubre los paralelismos que establece entre Leonardo da Vinci y
Agustín de Bethencourt, una idea surgida cuando leyó Notas
de cocina de Leonardo da Vinci, original
de los historiadores Shelagh y Jonathan Routh, presentado en Londres,
en abril de 1987, y pasó junto al busto del insigne ingeniero
portuense, en la plaza de la Iglesia, donde rememoró una exposición
que pudo contemplarse en el antiguo Casino Taoro y sus proximidades
así como un libro editado para la ocasión.
El doctor González
hizo, conscientemente, un ejercicio de divertimento, con un requiebro
al final de su disertación que puso a prueba su capacidad
imaginativa. Habló de la afición desconocida de ambos genios en el
Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias (IEHC), la cocina o la
gastronomía. Con un laudatorio rigor histórico, va desmenuzando
varios episodios biográficos de ambos, hasta concluir que, tras
navegar en distintos sitios web en busca de información y fotos,
encontró una que coincidía con el denominado Códice Romanoff que
los historiadores Shelagh y Routh habían descubierto en el Museo
Hermitage. No está del todo confirmado pero en el Hermitage ha
aparecido documentación del ingeniero y de las cartas que remitía a
su familia, “puede deducirse -dijo- que don Agustín, debido a sus
estudios en torno a la temperatura de agua y del vapor, tuviese en
mente algún diseño de cocina que no desentonaría con los actuales
como centro de producción alimentaria en el hogar”. Da Vinci hizo
en el Códice anotaciones de todo tipo, dibujos y diseños de
utensilios de cocina. Hasta un pimentero o un sacacorchos. Y lo que
es más: establece una serie de normas para comportarse en la mesa.
Llegó
más lejos González cuando, al explicar el invento de Bethencourt,
la válvula de flotación, señaló que, en las canalizaciones de
agua, el aire se puede embolsar y la presión del mismo rompería la
conducción. “Quienes hemos caminado por las pistas de las islas
-argumenta- somos sorprendidos de vez en cuando por el pitido de una
válvula que elimina el gas de las tuberías que vienen de las
galerías. El mismo mecanismo es aplicado a la cisterna de agua del
water. Pues bien, parece ser que conocedor de este tipo de válvula y
de sus estudios en cuanto al agua y vapor, el diseño de una olla a
presión estuviera en su mente”.
En su exposición,
Javier González dijo que “al igual que con Leonardo, algunas de
sus máquinas habría que redefinirlas pues es posible que en lugar
de servir para rehilar, puedan tener otro uso en la configuración de
espaguetis en todas sus variantes y diámetros o de otras formas de
pasta”.
Su intención
-afirmó- era proporcionar un marco que facilitara un más amplio
conocimiento de los dos genios. Lo hizo después de descubrir que no
existe ningún Códice Romanoff, que solo fue una invención de los
autores para deleitar al público y dar a conocer, desde otra
perspectiva, la época, la vida y la obra de Leonardo da Vinci.
Quien deleitó fue
González, desde luego, con esos paralelismos que cautivaron la
atención de los espectadores que llenaron el recinto hasta hacer
inevitables las sonrisas con ese giro de las postrimerías.
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