sábado, 26 de mayo de 2018

"CIERTOS" PARALELISMOS

Al doctor portuense Javier González Pérez, licenciado en medicina y cirugía por la Universidad de La Laguna, le va la lectura. No es que le vaya, le apasiona. Como le seduce la escritura, no en vano es autor de varios libros: Sudando tinta (Editorial Idea), Deportistas ejemplares (Veredalibros) y Napecor (Veredalibros), cuyos contenidos dejaron un gratísimo sabor, el de las experiencias personales e íntimas, plasmadas en páginas muy amenas a las que en su momento nos referimos.
Fruto de esas lecturas incesantes, buceando entre aquéllas que se hacen acreedoras de la curiosidad desde la portada, o desde el llamativo título, incursionó ahora con una interesante ponencia en la que descubre los paralelismos que establece entre Leonardo da Vinci y Agustín de Bethencourt, una idea surgida cuando leyó Notas de cocina de Leonardo da Vinci, original de los historiadores Shelagh y Jonathan Routh, presentado en Londres, en abril de 1987, y pasó junto al busto del insigne ingeniero portuense, en la plaza de la Iglesia, donde rememoró una exposición que pudo contemplarse en el antiguo Casino Taoro y sus proximidades así como un libro editado para la ocasión.
El doctor González hizo, conscientemente, un ejercicio de divertimento, con un requiebro al final de su disertación que puso a prueba su capacidad imaginativa. Habló de la afición desconocida de ambos genios en el Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias (IEHC), la cocina o la gastronomía. Con un laudatorio rigor histórico, va desmenuzando varios episodios biográficos de ambos, hasta concluir que, tras navegar en distintos sitios web en busca de información y fotos, encontró una que coincidía con el denominado Códice Romanoff que los historiadores Shelagh y Routh habían descubierto en el Museo Hermitage. No está del todo confirmado pero en el Hermitage ha aparecido documentación del ingeniero y de las cartas que remitía a su familia, “puede deducirse -dijo- que don Agustín, debido a sus estudios en torno a la temperatura de agua y del vapor, tuviese en mente algún diseño de cocina que no desentonaría con los actuales como centro de producción alimentaria en el hogar”. Da Vinci hizo en el Códice anotaciones de todo tipo, dibujos y diseños de utensilios de cocina. Hasta un pimentero o un sacacorchos. Y lo que es más: establece una serie de normas para comportarse en la mesa.
Llegó más lejos González cuando, al explicar el invento de Bethencourt, la válvula de flotación, señaló que, en las canalizaciones de agua, el aire se puede embolsar y la presión del mismo rompería la conducción. “Quienes hemos caminado por las pistas de las islas -argumenta- somos sorprendidos de vez en cuando por el pitido de una válvula que elimina el gas de las tuberías que vienen de las galerías. El mismo mecanismo es aplicado a la cisterna de agua del water. Pues bien, parece ser que conocedor de este tipo de válvula y de sus estudios en cuanto al agua y vapor, el diseño de una olla a presión estuviera en su mente”.
En su exposición, Javier González dijo que “al igual que con Leonardo, algunas de sus máquinas habría que redefinirlas pues es posible que en lugar de servir para rehilar, puedan tener otro uso en la configuración de espaguetis en todas sus variantes y diámetros o de otras formas de pasta”.
Su intención -afirmó- era proporcionar un marco que facilitara un más amplio conocimiento de los dos genios. Lo hizo después de descubrir que no existe ningún Códice Romanoff, que solo fue una invención de los autores para deleitar al público y dar a conocer, desde otra perspectiva, la época, la vida y la obra de Leonardo da Vinci.
Quien deleitó fue González, desde luego, con esos paralelismos que cautivaron la atención de los espectadores que llenaron el recinto hasta hacer inevitables las sonrisas con ese giro de las postrimerías.

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