Se
le acaba el chollo a quien ideó -¿la habrá patentado?- el
formulismo expresivo:
-Prometo,
por imperativo legal...
Aderezado
luego, en parlamentos autonómicos o consistorios, con algunos otros
matices que iban desde la fidelidad ideológica a la discrepancia con
el sistema, acaso también para alardear de audacia o de
originalidad, vayan ustedes a saber, en el fondo una pizca de
esnobismo.
Claro
que los conservadores y algunos clásicos, para fortalecer y hacerse
notar, también dieron su toque distintivo:
-Juro
y prometo, cumplir fielmente...
Hasta
que llegó el inefable nuevo presidente de la Generalitat, Quim Torra
-por sus dichos le conocerán- y rompió moldes: ni Constitución ni
lealtad, ni a la norma suprema ni al monarca. Es probable que los
defensores digan que actuó con coherencia, que los objetivos
contenidos en la no menos singular investidura pasan por un trazo de
abstracción, otro de desobediencia y otro más de querer saltarse
desde el principio las formas básicas. Vaya estreno, vaya respeto
institucional, vaya ejemplo de gobernante: ¿se extrañarán luego de
ganar antipatías?
A
los osados y pasotas, a los que resten importancia, a quienes opinen
que hay problemas más importantes de los que ocuparse, hay que
decirles que no estamos ante una cuestión menor ni baladí, que la
cosa va más allá de una mera expresión retórica o de un
ceremonioso formulismo al uso. En democracia las formas cuentan. Y
mucho, sobre todo si no se la quiere hacer daño desde el principio
con esas cuestiones elementales que, además, rompen moldes
igualitarios que deben ser aceptados.
Pues
a quienes se les ocurrió introducir el imperativo legal ya pueden ir
pensando en otra locución si es que quieren seguir fastidiando y
desmarcándose de las reglas del juego democrático. Porque si
prospera una iniciativa que los socialistas van a presentar en el
Congreso, se van a terminar esos subterfugios. Pretenden que,
mediante una proposición de Ley orgánica, los cargos públicos o
electos, de cualquier Administración, de todos los niveles, acaten
sin dobleces ni interferencias la Constitución en el momento de
tomar posesión, no en vano es el soporte o la garantía de derechos
y libertades. De esa manera, se protege también la Cartamagna. Si
hay himnos a los que en destacadas convocatorias o sesiones
constitutivas se les otorga, sin más, una solemnidad natural, qué
menos que asumir, sin ambages, su valor. ¿O es que también hay que
pedir perdón y casi avergonzarse, a la espera de que escampe?
La
propuesta del PSOE es tajante, al punto de que si se incumple la
obligación de acatamiento, no será posible adquirir la condición
de la función pública o cargo que se quiere ejercer, por voluntad
popular o por designación. Debe quedar constancia expresa del
respeto y de la sujeción a la norma suprema, pues los riesgos de
utilización de expresiones contrarias al orden constitucional
existen, solo baste comprobar la escalada de declaraciones públicas
en procesos como el catalán y los que pueden rondar colateralmente.
Si la ley de leyes, en su artículo uno, proclama el Estado de
derecho, hay que aplicarla o hacerla valer desde ese precepto. Así
de sencillo.
Y
que ya está bien.
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