Con la que está cayendo pues casi
no es noticia que la secretaria de Estado de Comunicación, la responsable en La
Moncloa, Carmen Martínez de Castro, haya lanzado un exabrupto mientras trabajaba
junto al presidente Rajoy: “¡Qué ganas de hacerles un corte de mangas de
cojones y decirles os jodéis!”, dijo mientras los pensionistas reclamaban unas
pensiones dignas y afeaban la conducta de la corrupción al Partido Popular.
Está el personal acostumbrándose a
este tipo de lenguaje político, de modo que la televisión pública llegó a
silenciar la exclamación grabada, que no quiso enterarse, vamos. Hombre,
viniendo de quien venía, podían haber dado quienes presumen de los informativos
más vistos lo que se dice un toque de atención, a ver si la señora Martínez se
daba cuenta del valor de las formas en un cargo público, máxime si además tiene
responsabilidades en políticas de comunicación de un ejecutivo. A ver si la
secretaria de Estado asume la máxima de ver, oír y callar, o hablar en público
según qué cosas y en qué momentos. Debió percatarse o debieron llamarle la
atención cuando medio reconsideró lo que manifestó al día siguiente. Claro que
el daño ya estaba hecho y afirmaciones así difícilmente tienen reparación.
“¡Qué ganas...!”, es decir,
deseando. Luego, desahogó la intención. Lo siguiente no merece más comentarios:
ese lenguaje de mala educación, de taberna y tente tieso ya es conocido en
algunos representantes públicos del partido gubernamental, proclives a la
bronca o la algarada. ¿Recuerdan a la hija del condenado presidente de la
Diputación de Castellón, Carlos Fabra, cuando desde su escaño, en el curso de
un debate en el Congreso, espetó aquel “¡Que se jodan!”, dirigido a los
desempleados? ¿O aquel alcalde conservador que llamó “puta barata” a la
portavoz socialista de Castilla-La Mancha? Y ya puestos, pocas frases tan
expresivas como aquel “¡Manda huevos!”, de Federico Trillo, a la sazón
presidente de la Cámara baja.
Un poquito de por favor. Mejor
dicho: de educación y de respeto. Se puede tener un nulo apego a la puclritud
lingüística pero en la dialéctica política hay que saber mantener las formas.
No extrañe tanta desafección cuando no se tienen buenos modales y cuando se
dicen en público auténticas barbaridades. Cierto que estas expresiones revelan
por sí mismas la catadura de los personajes que las pronuncian pero hay que
reprobarlas en la sana confianza de que no se van a repetir y de que algún jefe
o alguien del entorno, con un mínimo de auctoritas, llamará la atención
y hará ver que con ese tipo de afirmaciones no se va a ningún lado. Y menos
creyendo que ninguna cámara o ningún dispositivo las habrá grabado.
La señora Martínez de Castro, desde
luego, ha contribuido con su deseo de joder y con sus cortes de mangas nonatos,
a que su partido no sume y mucho menos, entre los pensionistas que solo
defienden lo que entienden que les pertenece. Ya elevó su propio descrédito
para los restos. Aunque el paso del tiempo lo deje en anécdota.
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