viernes, 18 de mayo de 2018

UN RETO, UN COMPROMISO ÉTICO


Porque Paco Lobatón confiesa abiertamente su causa, la de las personas desaparecidas, desde el prólogo de este libro, titulado Como estrellas de mar, se adivina una clara intención: ser útil a quien lo necesita, a quien en el fondo de su alma se resiste a una suerte fatal y alimenta esperanzas, aunque parezcan tan inconexas que no adquieren forma de expectativas. El autor fue descubriendo e hilvanando, durante unas dos décadas, los testimonios de quienes resistían, familiares y allegados de las víctimas, que “reconvertían en fortaleza su debilidad -escribe- en un movimiento de regeneración parecido al de ciertas especies vivas, como las estrellas de mar, capaces de restituir partes completas de su organismo, seccionadas, laceradas, perdidas”.

      Hay una explicación humana posterior de la dimensión física apreciable, en el ámbito vegetal o animal, tras aquel fenómeno que él mismo califica de fascinante: “Cuando se trata de personas, la regeneración que he percibido en ellas acontece en el espacio anímico, en el armario donde conviven sentimientos y pensamientos”, dice Lobatón en un ejercicio de sinceramiento que otorga carta de máxima fiabilidad a su trabajo. Porque no ha buscado la exageración alarmista ni ha hurgado en las entretelas del drama sino que lo ha expuesto con crudeza, tal cual, como lo han relatado quienes lo han vivido, mejor dicho, quienes lo han sufrido.

El escritor concluye que hay seres cuya condición humana va más allá de la capacidad para sufrir: están dotados de una cualidad superior: la de sobreponerse al sufrimiento. “Ha sido en la mirada de esas personas donde he visto escrito, antes de redactarlo yo, el título de este libro: Te buscaré mientras viva”, revela Paco Lobatón en el prefacio de esta obra, editada por Aguilar, que presentamos el pasado jueves en el Casino de Tenerife, junto a Elizabeth Reig y el propio autor.

Porque el sufrimiento, en efecto, se palpa cara a cara, en la cercanía, como nos ocurrió en el breve ejercicio de Delegado del Gobierno en Canarias, en la primavera de 2008, cuando conocimos y tratamos a los familiares de Sara Morales y Yéremi Vargas, dos casos de desapariciones en Gran Canaria recogidos en este libro en la misma tónica de las otras doce historias que el autor plasma de forma descarnada, se diría incluso que sin retoques de estilo: el testimonio grabado -y descarnado-  de las vivencias, de los recuerdos, de las impresiones y de las tentaciones evanescentes, de los inescrupulosos y de los abusadores del dolor. Es la transcripción de sus palabras, tan crudas como francas, sin morbosidad, dichas como salen sin tapujos, acaso porque se asume, en silencio pero siempre con un hálito de esperanza, que no hay nada que perder al cabo de tanto tiempo. Palabras que, en su contexto, huyen de trompetas y vientos que las deformen por mucho que las amplifiquen.

No, no es la búsqueda de más emociones la que pretende Lobatón. Como tampoco incursionan esa vía los jefes policiales e investigadores especializados que se esmeraron en pos de resultados que no llegaron. O no han llegado, para ser más precisos. Cuando les tratamos entonces también vimos la mirada exigente, las faces de preocupación, los rostros en los que no se mueve un músculo para no dar a entender algo que luego no se ajuste y hasta los rictus que marcan la frontera de -hasta-aquí-puedo-decir.

Cuando comparecimos en un programa televisivo, con familiares, policías y periodistas, solo pusimos una doble condición: evitar el sensacionalismo y respetar el dolor y la compostura de los familiares que relataban lo que sabían impregnados de sufrimiento y de esperanza.

Esas dos historias canarias, las de Morales y Vargas, son también parte del contenido del libro, las que anteceden a la de Diana Quer, “un relato poblado de ruidos consecutivos -señala Lobatón-, sobrepuestos, en una espiral infinita”, escrito como epílogo, con el paginado ya en máquinas, a punto de ver la luz, en el fondo “una reflexión de urgencia ante el extraordinario impacto causado por el trágico final de la joven madrileña, por más que ello supusiera trabajar en el cambiante panorama de las <últimas horas> informativas”.

Ello demuestra hasta dónde llega el compromiso del autor y hasta dónde intenta acreditar que las voces de familiares y allegados son el mejor antídoto contra el olvido. Hasta la reina doña Sofía es citada por el interés o la intercesión que le trasladaron en otros países y en otros continentes.

A Paco Lobatón le mueve una voluntad de corresponder a la sociedad el ingente crédito que le fue otorgado por su dedicación y por su riguroso trabajo periodístico, principalmente el desarrollado en televisión, donde dirigió y presentó un programa que nadie ha olvidado, Quién sabe dónde, en antena de la televisión pública seis años de forma ininterrumpida. Casi diez mil peticiones de búsqueda, de las que solo emitieron una quinta parte, dos mil aproximadamente, a lo largo de doscientos cincuenta entregas. Aunque este jerezano, licenciado en Ciencias de la Información, también sabe mucho de radio y conoce la gestión de Comunicación e Imagen en la sociedad estatal Expo 92, de modo que no son de extrañar los importantes premios y reconocimientos que ha cosechado en su quehacer profesional.

Es natural que se muestre agradecido porque “es la gente quien otorga los créditos, es decir, la credibilidad”, tal como resalta en la introducción de su volumen. “Ese es el bien más preciado, sobre todo desde que el concepto de fama o de famoso se ha banalizado hasta extremos irritantes”, escribe para aclarar que no se siente deslumbrado sino éticamente motivado, sobre todo para evitar que termine predominando el olvido.

Ese empeño le lleva a promover y vicepresidir la Fundación Europea por las Personas Desaparecidas QSDglobal, la “herramienta cívica alternativa”, como la denomina, para perseverar “con ánimo de logros”, a sabiendas de que en su nacimiento surgió la Carta de Derechos y Demandas urgentes y de que se hayan registrado, en los últimos seis años, ciento veintiuna mil denuncias, de las que cuatro mil ciento sesenta y cuatro seguían sin resolverse.

Esa es la forma de gratitud que Paco Lobatón desgrana en las cuatrocientas seis páginas de un libro que no deja indiferente. Un libro para acercarnos e interpretar el dolor, la incertidumbre, las preguntas sin respuesta, los otros silencios, las dudas que embargan por doquier. Dedicado al corazón solidario de sus hijos, Lobatón alude al compositor y político panameño Rubén Blades que, en una de sus creaciones, preguntado “¿Cuándo vuelve el desaparecido?”, responde tajante: “Cada vez que lo trae el pensamiento”.

Por eso, Te buscaré mientras viva, entraña todo un reto que  requiere entereza, la resiliencia que el autor descubrió mientras grababa, tomaba notas y miraba sin necesidad de escrutar a padres, madres, parientes y allegados de los desaparecidos, fijos en el pensamiento. El título es toda una invitación a la lectura pero también a la reflexión que deriva de compartir las cuitas y las esperanzas de quienes no se resignan, de quienes miran a todas partes, seguros de que si su vida cambió en un momento, en una fecha, también va a hacerlo cuando alguien les proporcione un resultado tangible. El que sea.

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