Texto del pregón de las fiestas 2018 en honor a la Virgen de Candelaria, leído en el Ayuntamiento de la localidad el miércoles 8 de agosto. Está dedicado a la memoria de Juan José Acosta de León, empleado público de dicha institución. Se titula Candelas, entre el gemido y la trova.
"Sólo sé, de manera definida
que
en esta noche de la duda incierta,
tengo
una puerta que orienté a la Vida
y
una ventana a lo Infinito abierta..."
Sirva
este pensamiento poético del escritor y periodista tinerfeño Luis
Álvarez Cruz para que el pregonero agradezca, en primer lugar, la
oportunidad de serlo; y afronte el trance con decidido afán tanto de
estar a la altura de las exigencias de lo que la fiesta simboliza
como de corresponder a quienes la preparan con tanto esmero: al
pueblo candelariero.
Alcaldesa,
prior, señoras y señores capitulares, dignísimas autoridades,
representaciones, amigas y amigos:
Conste
que la puerta no es para llenar de vivencias personales y
utilitarismos nostálgicos un cometido que asumimos con el entusiasmo
y la responsabilidad que se aceptan estos encargos. Todo lo más:
admitan que el relato será otra prueba de la vocación latente para
plasmar ideas y contar cosas. Es la puerta orientada a una existencia
muy pegada al oficio, alternado con el ejercicio de responsabilidades
públicas en distintas instituciones que, aunque parezca paradójico,
fortaleció aquél, el oficio, labrado en un aprendizaje permanente
que nos ha llevado a recorrer caminos y escenarios en pos de conocer
mejor la historia, el costumbrismo, los sentimientos y la
idiosincrasia de los pueblos.
La
ventana al Infinito, pues, está abierta. Desde ella, contemplamos el
Soneto
del sur, del
mismo Álvarez Cruz:
“Primero
fue la tierra, la tierra ensimismada
en
un sueño grandioso y un parturiento afán;
la
tierra interminable, generosa, sagrada:
la
que nos da la vida, el reposo y el pan.
Tal
como ésta del sur, que arde al sol, impregnada
del
sudor de los hombres que por la historia van
trazando,
surco a surco, la leyenda dorada
cuyo
héroe asume la forma de un titán.
Canta
el agua en la acequia. Quema el sol en la altura.
El
hombre de estas tierras sabe el hambre y la hartura
del
pegujal arisco que escarba con tesón.
Hombre
del sur, ¿qué siembras en la heredad que labras?
Siembras
algo inaudito que tiembla en mis palabras
¡porque
tú echas al surco tu propio corazón!”.
Desde
la ventana, nos asomamos a los hitos que tan admirablemente glosara
en su obra investigadora y de cronista el profesor universitario
Octavio Rodríguez Delgado cuya antología de textos descriptivos,
recogida en La
evolución de un municipio a lo largo de cinco siglos, constituye
la primera entrega de la colección bibliográfica Crónicas
de Candelaria.
Desde
la época aborigen hasta la aparición de la Virgen, el aluvión de
1826 que arrambló el castillo de San Pedro y la primitiva imagen, el
último incendio de 1789 que destruyó el convento y la basílica, la
construcción de ésta, romerías, fiestas, costumbres y promesas
infinitas, la peregrinación perdurable..., la duda incierta se va
despejando ante los testimonios escritos y orales que nutren la
historia de Candelaria.
Hay
una bendición celta: “Que el camino salga a tu encuentro. Que el
viento siempre esté detrás de ti y la lluvia caiga suave sobre tus
campos. Y hasta que nos volvamos a encontrar, que Dios te sostenga
suavemente en la palma de su mano”.
El
pregonero también es peregrino. Igual que el cristiano que se dirige
a Lourdes, o quienes van a Santiago de Compostela, o el musulmán de
camino a La Meca, o un hindú hacia Ganges, hay tanto que descubrir.
Nos emplaza el periodista y político peruano Ricardo Palma: “Cumple
con la gratitud del peregrino, no olvidar nunca la fuente que apagó
su sed, la palmera que le brindó frescor y sombra, y el dulce oasis
donde vio abrirse un horizonte a su esperanza”.
Peregrino
del norte insular, como debió sentirse la inquieta viajera y
escritora irlandesa, Olivia Stone quien, durante nueve meses,
acompañada de su esposo, recorrió todas las islas. Sus impresiones
quedaron reflejadas en Tenerife
y sus seis satélites, libro
publicado en Londres en 1887. No visitó Candelaria, apunta Rodríguez
Delgado, pero aludió a la localidad:
“Cuando
Diego de Herrera -escribe- vino a Tenerife en 1464, se llevó a un
joven que, tras ser instruido en la religión católica, se convirtió
en devoto de la Virgen. Posteriormente, cuando Herrera viajaba entre
las islas, este guanche, bautizado con el nombre de Antonio,
sintiendo aparentemente deseos de regresar a su hogar, logró
escaparse. Inmediatamente informó a sus compatriotas de que la
imagen que habían adorado durante tanto tiempo sin saberlo, era, en
realidad, la Virgen María. De aquí surgió, sin lugar a dudas -es
la tesis de Stone- la idea de que los guanches ya adoraban a la
Virgen antes de la conquista”.
Otra
peregrina procedente del norte tinerfeño, la poetisa y escritora
cubana, académica Dulce María Loynaz, premio Cervantes de
Literatura en 1992, residente en la isla en la segunda mitad del
siglo XX, nos traslada hasta la Candelaria de entonces, cómo se
llegaba, cómo se desenvolvían los peregrinos:
“El
camino va por el sur, que es tierra fragosa metida entre barrancos y
cráteres más o menos apagados; pero hoy -detalla la fecha del 15 de
agosto- el paisaje cobra súbita vida animado por el desfile de
automóviles y carretas engalanadas, con palmas, campesinos
cabalgando en camellos lentos y gentes que van a pie a cumplir votos
salidos casi todos de sus casas desde la noche, en peregrinación al
santuario.
“Bajando
por los enjutos senderos desovillados, subiendo por hondonadas y
torrenteras, afluyen sin cesar hilos hormigueantes de romeros,
entreverados algunas veces por gente un tanto ajena a ardores
místicos: vendedores de frutas, juglares y solteras en busca de
novio”.
Loynaz
es rotunda al afirmar que “aquí puede decirse que la devoción a
Nuestra Señora de Candelaria es sincera y de firme arraigo popular.
Cada uno, a su modo, invoca a la Virgen, la mima, la acompaña, la
emplaza muchas veces y otras muchas conversa tranquilamente con ella.
Porque la Candelaria es la patrona de las islas por derecho propio.
Ella llegó primero y conquistó por su sola presencia majestuosa”.
La
autora cubana deja unas líneas ilustrativas de cómo se vivía
entonces la festividad:
“Al
áspero rasgueo de las guitarras hace coro la resaca barriendo las
arenas; la muchedumbre gira como un inmenso carrusel de feria
arrastrando en su remolino la bella copla desgarrada:
"Todas las canarias son
como
ese Teide gigante:
mucha
nieve en el semblante
y
fuego en el corazón”.
Pero
nadie como un poeta inmenso, como un gomero universal, Pedro García
Cabrera, cantó a Candelaria, con tanta plétora metafórica, con
tanto sentimiento intimista, con su valentía explícita. El poema,
exquisito, de su Vuelta
a la isla, merece
ser reproducido:
"Tengo pintadas de un verde
gemelo
de las tuneras
la
finca de mis amores
mis
barcas candelarieras.
Con
ellas salgo a pescar
cuando
asoman las estrellas;
cho
Juan
gobierna la mía,
yo
llevo la de mi suegra.
Pero
esta noche la mar
tiene
muy mala madera;
se
ha puesto toro y no hay muro
de
lluvia que lo detenga,
tajamar
que la domine
ni
timones que la entiendan.
Esta
noche no podrán
ir
a ganarme las perras.
Son
de talantes esquivos
varadas
en la ribera
e
íntimamente cordiales
si
las espumas las besan.
Y
qué gusto da mirarlas
por
esas mares afuera
como
dos buenas muchachas
columpiando
las caderas.
Pero
este dichoso sur
se
está comiendo una breva
aunque
las sardinas campen
como
si nada ocurriera.
Y
no veré sus gorgoras
ni
empuñaré la jareta.
Las
sardinas son muy suyas
y
van formando una pella,
solo
si huelen toninas
se
desparraman y riegan.
Desde
que tengo razón
son
las sardinas mis perlas,
mis
relámpagos del gozo,
mis
hierbas de curandera,
mis
higos chumbos del mar,
mis
cheques de Venezuela.
En
torno de sus puñales
mi
noche está dando vueltas.
Las
quiero como a mí mismo,
son
los frutos de mi hacienda.
Por
los planchados azules
quedan
a la descubierta
los
almidonados fuegos
que
burilan las candelas.
Y
viéndolas se me van
las
angustias que me arenan,
ardiendo
en sus argentíes
la
obra muerta de mis penas.
Esta
noche no será:
ni
agenciaré mi molienda,
ni
podré pegar un ojo,
ni
dar fondo a la tristeza,
que
yo me la paso en blanco
cuando
se pone tan negra.
Si
siguen así las cosas,
la
Virgen me favorezca,
que
si todo viene a pelo
soplando
el viento a derechas,
me
basto solo y me sobro
con
mis brazos y mis piernas".
Hablemos
un poco de la imagen. Si no, el cometido del pregonero quedaría
incompleto. Es casi imposible iniciar un aporte sobre la descripción
de la Virgen de Candelaria sin plasmar algunos rasgos de sus
características iconográficas actuales. La vela de color verde es
símbolo de la antigua vela con la que acudían los peregrinos que se
dirigían -y continúan haciéndolo- para pedir o agradecer su
intercesión. El verde es también un innegable color de esperanza.
Esperanza que mueve a todo aquel que con una petición se dirige a la
Virgen. Mientras, el niño Jesús sostiene en su mano un pajarillo.
Con
todo, resalta el historiador realejero Javier Lima Estévez, conocer
a la imagen es también valorar someramente su historiografía,
aproximarnos a los motivos de su presencia entre nosotros y su
festividad el 2 de febrero y la celebración del 15 de agosto;
celebración, ésta última, que nos trae hoy ante ustedes. Los
primeros aportes históricos permiten situarnos ante la obra de fray
Alonso de Espinosa. Sería autor de un trabajo bajo el título Del
origen y milagros de la Santa Imagen de Nuestra Señora de
Candelaria,
publicado en Sevilla en 1594, pero redactado en 1581. En ella, el
dominico nos aproxima a uno de los primeros relatos para saber del
pasado aborigen pues sus páginas enlazan apartados con referencias a
la antigüedad del pueblo guanche desde diversos puntos de vista. Al
mismo tiempo, es una oportunidad para situarnos ante el conocimiento
de la llegada de la imagen de la Virgen de Candelaria, concatenándose
en la parte final del trabajo milagros y sucesos asociados a personas
desde distintos ángulos.
En
concreto, fray Alonso de Espinosa recopila cincuenta y siete
milagros; milagros que narran curaciones, rescates y otros hechos sin
explicación racional y en los que se demuestra, por parte del
dominico, rindiendo los guanches culto en la cueva de Achbinico que,
con posterioridad, sería cristianizada bajo la advocación de San
Blas. De tales milagros nos detendremos en uno, en concreto el
milagro cincuenta y seis que dice así:
“Cuando
ciertos gomeros, por celos de una pariente suya, mataron a su señor
Hernán Peraza, su mujer doña Leonor de Padilla, con el dolor de la
muerte de su marido, hizo en los gomeros gran castigo. A unos hizo
ajusticiar; a otros llevar cautivos a España; y a otros echar con
piedras pesadas a la mar. Y como algunos morían sin culpa, porque no
todos la habían tenido en la muerte de su señor, no pudo dejar de
imputársele alguna a la sobredicha señora, y aún notarla de cruel.
Sucedió, pues, que muchos de los tres que con pesos al cuello
echaban a la mar, para que en ella fuesen anegados, invocando a
Nuestra Señora de Candelaria, patrona de todas estas islas, salían
luego a la orilla y playa de la mar, vivos y sanos, sin peligro
alguno; de que no poco admirados los que los veían salir, decían
los libres que Nuestra Señora de Candelaria les sostenía los pesos
y los traía a la playa vivos”.
(Continuará mañana domingo).
(Continuará mañana domingo).
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