Segunda y última parte del pregón de las fiestas en honor de la Virgen de Candelaria.
También
el cronista Juan Núñez de la Peña, en su Historia
de las Islas Canarias, obra
impresa en 1676, mencionaría que “aún en nuestros días, estas
divinas procesiones -se refiere a los cultos que se empezaban a
manifestar- han sido vistas con frecuencia, y cuando al día
siguiente la gente descendía a la playa, la encontraban llena de
gota de ceras y trozos de vela de un color amarillento, cuyas mechas
eran de una desconocida sustancia, porque no era lino, ni algodón,
sino algo parecido a seda blanca torcida”.
Si
avanzamos en el tiempo y nos adentramos en los siglos XVIII y XIX,
encontramos referencias de notable interés para comprender tal
proceso en relatos de viajeros de diferentes nacionalidades. Personas
que, a pesar de llegar con otras creencias religiosas, no dudaron en
acudir a fuentes documentales y contrastar testimonios para intentar
ofrecer a sus contemporáneos datos sobre el origen y la evolución
del culto de la imagen de Nuestra Señora de Candelaria entre los
canarios.
Por
citar un ejemplo de esa labor, destacamos el texto del médico y
marino inglés George
Glas
bajo el título Descripción
de las Islas Canarias. Entre
sus páginas, nos traslada ante una descripción de su llegada.
Asimismo, una breve reseña sobre una imagen que define como
“pequeña, como de unos tres codos o tres pies de alto; el color de
la cara es atezado, las prendas azul y oro”. Destaca la presencia
de ciertas letras romanas para las que no tendría explicación hasta
recurrir a la ayuda de Gonzalo Argote de Molina, Provincial de la
Santa Hermandad de Andalucía, obteniendo la siguiente
interpretación: sobre la chaqueta cerca de la nuca unas iniciales
cuya traducción sería: “Eres ilustre (o gloriosa) en el Padre,
Hijo y Santo Espíritu, y Madre del Redentor Jesús”; en la faja
las palabras: “María parió a nuestro más alto Rey, dio libertad
a todos los aprisionados en el reino del infierno”; al borde de la
manga, cerca de la candela verde, cuatro palabras: “os he dado la
vida eterna”; y finalmente en el faldón de la prenda figuran las
siguientes palabras: “Esta jamás abandonará Nivaria; su piadoso
nombre invocado, las Islas Afortunadas no temerán ningún
adversario”.
El
polígrafo realejero José de Viera y Clavijo (1731-1813), en la
Historia
General de las Islas Canarias,
matiza cómo Francisco López de Gómara señaló en Historia
General de las Indias, que
la imagen de nuestra Señora de Candelaria la adquirieron a través
de los cristianos europeos que merodeaban por nuestras costas;
afirmando
que, a pesar de no ser su objetivo criticar la autenticidad de la
aparición que relataron el padre fray Alonso de Espinosa, Antonio de
Viana, fray Juan de Abreu Galindo y Juan Núñez de la Peña, quienes
ensalzaron nuestras islas con la posesión de una estatua fabricada
por los ángeles en el cielo, traída por éstos a Tenerife y
celebrada por los mismos en sus playas. Expone Gómara que los
citados historiadores fijan la aparición por los años de 1392 o de
1393, época en la que con bastante frecuencia llegaban a estas islas
las embarcaciones de los cristianos. Para Viera, “por cualquier
parte que se mire, el hallazgo de la santa imagen de Nuestra Señora
de
Candelaria
es digno del aprecio y admiración de todos los canarios, sensibles a
las glorias de su país”. Y se pregunta al mismo tiempo y nosotros
recogemos ese mismo interrogante que emitimos ante el público
presente en este recinto:
-¿Perdería
acaso su estimación por haber sido la imagen obra excelente de un
escultor humano o porque la hubiesen desembarcado en las riberas de
Tenerife algunos cristianos piadosos?
También
el relato del polígrafo realejero recoge la aparición de la imagen,
afirmando que no detendrá su mirada en hacer reflexiones acerca de
las maravillosas circunstancias de esta historia, “bien que en el
discurso de la obra presente se nos ofrecerán algunas ocasiones
favorables de proseguirla, sin que hayamos adelantado hasta aquí
otras noticias que las que ha fijado entre nosotros la voz de una
tradición respetable, aunque nacida quizá entre los mismos
bárbaros, promovida entre los pobladores de Tenerife y sostenida
noventa y cinco años después de su conquista por los escritos de
fray Alonso de Espinosa, dominico, quien, como advierte, «la alcanzó
y pudo sacar a luz de entre aquellos oscuros tiempos, sin que hallase
cosa alguna escrita que le satisfaciese”.
Dejando
a un lado el siglo XVIII y acercándonos al XIX, no podemos obviar
una cita a la descripción del aluvión de 1826, concretamente al
texto redactado por el sacerdote Antonio Santiago Barrios. En el
mismo se proporcionan diversos detalles que permiten también
advertir el triste final de la imagen, siendo reemplazada la misma
por una nueva obra del destacado escultor orotavense, Fernando
Estévez de Salas (1788-1854). Se trató de un proceso complejo, tal
y como describe el profesor y cronista oficial de Candelaria, ya
citado, miembro del Instituto de Estudios Canarios y vicepresidente
de la Junta de Cronistas Oficiales de Canarias, Octavio Rodríguez
Delgado, en un artículo en su blog con el título “El terrible
aluvión que azotó Tenerife en 1826 y sus irreparables daños en
Candelaria”.
En
esa aportación, apunta cómo incluso antes de solicitar una nueva
imagen, llegaron a pedir “que se les cediese la imagen de la Virgen
del Socorro, que se veneraba en su ermita de Güímar, pero los
vecinos de este pueblo se opusieron a ello frontalmente. Por este
motivo, una vez perdida la esperanza de que apareciera y creyendo
necesario el que se colocara otra en su lugar, al año siguiente
encargaron una nueva imagen”.
Sin
embargo, en la ermita de Santa Úrsula, ubicada en el municipio de
Adeje, existe otra talla que bien pudiera tratarse de la imagen
original, pues los marqueses de Adeje solicitaron con anterioridad a
su desaparición una copia y pudieron en realidad entregar el
resultado de su petición y no la original, que se guardó en la Casa
Fuerte.
Es
esta una cuestión sobre la que han reflexionado historiadores como
Gerardo Pérez Fuentes; María Jesús Riquelme en su obra La
Virgen de Candelaria y las Islas Canarias o
incluso el recordado catedrático Jesús Hernández Perera. Todo ello
en atención a los rasgos y características que definen la imagen y
describiendo sus particularidades.
Para
los historiadores y otros especialistas, es lógico pensar en la
posibilidad de que la imagen tuviera varias copias y que la que se
encuentra en la actual ermita de Adeje sea una más dentro de ese
proceso.
Llegados
al siglo XX, el pregonero desgrana someramente algunas vivencias,
algunas remembranzas, sencillamente para hacer más cercana y más
personal esta visión que ya no es, por tanto, la mirada de otros. En
la memoria se almacena el recuerdo de aquella peregrinación, vivida
junto al agustino padre Federico, que realizó la Virgen de
Candelaria en el año 1964. Recorrió pueblo a pueblo de la isla, un
periplo que duraría más de tres meses por una misma finalidad:
recaudar fondos para la construcción de un nuevo seminario, un
espacio que, abierto a la formación de futuros sacerdotes,
garantizara que éstos continuasen difundiendo la fe entre la
población y desarrollasen la tarea pastoral.
De
aquellos años de adolescencia, ya salpicada por la emigración
familiar, quedan las conversaciones domésticas sobre la excursión a
Candelaria; las reservas de asientos en los camiones adornados por
hojas de palma; el paso, siempre inquietante, por la 'Cuesta de las
tablas' de la Carretera Vieja y el impacto que significaba asistir a
un encuentro de fútbol que se interrumpía cuando pasaba la guagua.
No
sería ni la primera ni la última vez que la Virgen emprendió una
peregrinación pues ya desde el año 1994 ha cumplimentado una serie
de visitas, destacando en ese año por la conmemoración del quinto
centenario de Santa Cruz de Tenerife y en La Laguna en 1997,
decretando a partir de entonces el obispo la peregrinación cada
siete años, a Santa Cruz y luego La Laguna.
Dentro
de unos meses, concretamente en octubre, con motivo en esta ocasión
del bicentenario de la Diócesis Nivariense, se vivirá una nueva
exposición de fervor y entrega hacia una imagen que, como Patrona de
Canarias, es un símbolo que agrupa a los canarios, proyecta su
significado al exterior y nos cohesiona, sin lugar a dudas, como
pueblo. Y atentos todos, porque, con toda humildad decimos que hay
que evitar la instrumentalización del hecho religioso.
Su
presencia une a su vez América y Canarias, o Canarias y América,
tal y como reflejaría el recordado David Fernández en su obra
Biografía
de Candelaria, citando
cómo en el país venezolano su culto se extiende desde el Distrito
Federal, al Estado Anzoátegui, y por los estados Apure, Aragua,
Bolívar, Carabobo, Cojedes, Falcón, Guárico, Lara, Mérida,
Miranda, Nueva Esparta, Portuguesa, Sucre, Táchira, Trujillo,
Yaracuy y el Estado Zulia.
No
cabe duda de que el mar ha unido ambas orillas durante siglos a
través de un proceso constante y continuo en la historia de
Canarias: la emigración. A través del mar llegó la imagen al lugar
y un día triste del año 1826, recordado para los anales de la
historia, desapareció a través del mar. El fervor del pueblo
recuperaría de nuevo una talla que hoy, desde su Santuario, mira al
mar y extiende su visión ante todos.
El
pregonero se acerca al final. Lo hace deseando venturas y felices
celebraciones. Los candelarieros de Araya, Barranco Hondo, Las
Caletillas, Las Cuevecitas, el Casco, Punta Larga, Malpaís, Igueste,
Santa Ana, Playa La Viuda o El Pozo, se agrupan junto a isleños de
todas las latitudes, para dar vida a una singular estampa de
peregrinación, para compartir la solemnidad y también la alegría,
el desenfado, los motivos lúdicos y propios de la fiesta popular.
Serviría
un poema del recordado Juan Pérez Delgado, el célebre e inolvidable
Nijota, quien, de forma magistral, reflejaría el carácter único de
una celebración como ésta bajo el título “Candelaria, hace
cincuenta años”:
<
Arena.
Miles de ruidos.
Arena.
Gente, estampidos.
Silbos,
cantos, más arena.
El
mar, la playa, una calle
(la
de la Arena). Más gente
al
por mayor y al detalle.
Vino
y cerveza caliente.
Un
cantar, un grito, un nombre.
Un
baile, una discusión.
Un
acordeón y un hombre.
Otro
hombre y otro acordeón.
Alegres,
pícaras danzas
de
doncellas y donceles.
Guanches
con pieles y lanzas.
Guanches
sin lanzas ni pieles.
Una
parranda, una racha
de
estribillos de mal gusto.
Cachetada
a una muchacha
por
madre de ceño adusto.
Uvas
de Arafo en su cesta,
Vendidas
por guapas mozas.
Si
la sed es más molesta
¡Gaseosa,
gaseosa!
Fea
caída en arena
debida
a ruin empujón.
Trifulca
a trompada plena.
Guardia
Civil en acción.
Maldiciones,
vivas, gritos,
ajijídes,
oraciones.
Guitarras,
hueseras, pitos,
panderetas,
acordeones.
Trajes
de chillonas telas.
Cien
mujeres de rodillas
con
una, dos, tres, diez velas,
y
chiquillos y chiquillas.
Ruido
del mar, ronco ruido.
Grave
canto clerical.
Aquí
y allá el gran chillido
de
una mujer con un .
La
masa espesa se soba.
Y
entre el gemido y la trova,
entre
el grito y la plegaria
un
ciego empieza una :
<<¡Oh,
Virgen de Candelaria!>>.
Serviría.
Pero hay una estrofa del himno mariano que parece más apropiada:
<
relicario
de tu imagen santa,
horno
y centro del amor isleño,
cuna
y fuente de la fe canaria>>.
Hasta
aquí, prendado de candelas y flores de genios y artistas como son y
serán siempre Martín González y José Aguiar, hemos venido a
pregonar con el ánimo de descubrir “cultivos de medianías,
tabaibales y balos, basaltos que se elevan -como ensalzaría el poeta
e investigador, miembro de la Asociación Española de Etnología y
Folclore, profesor Manuel Pérez Rodríguez- hasta coronarse de una
crestería de coníferas que juegan con las brumas atrevidas de la
vertiente norte”. Y entre las que pueden advertirse personajes
nacidos en la localidad como Antonia Tejera Reyes, médium conocida
como la Iluminada
de Candelaria;
Valentín Marrero Reyes, canónigo honorario de la Santa Iglesia
Catedral de La Laguna; Pedro Domínguez Torres, jugador de fútbol;
Domingo Barrera Corpas, boxeador profesional aspirante al título
mundial; Dimas Coello Morales, pintor y poeta, entre muchos otros.
La
puerta orientada a la Vida no es más que el deseo de seguir
escribiendo y comunicando. Y por la ventana al Infinito entran aires
que, como los de este año en Candelaria, solo impulsan los deseos de
innovar, hacer más cosas y agradar.
Gracias, candelarieros, por esta oportunidad.
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