domingo, 12 de agosto de 2018

CANDELAS, ENTRE EL GEMIDO Y LA TROVA (y II)

Segunda y última parte del pregón de las fiestas en honor de la Virgen de Candelaria.

También el cronista Juan Núñez de la Peña, en su Historia de las Islas Canarias, obra impresa en 1676, mencionaría que “aún en nuestros días, estas divinas procesiones -se refiere a los cultos que se empezaban a manifestar- han sido vistas con frecuencia, y cuando al día siguiente la gente descendía a la playa, la encontraban llena de gota de ceras y trozos de vela de un color amarillento, cuyas mechas eran de una desconocida sustancia, porque no era lino, ni algodón, sino algo parecido a seda blanca torcida”.

Si avanzamos en el tiempo y nos adentramos en los siglos XVIII y XIX, encontramos referencias de notable interés para comprender tal proceso en relatos de viajeros de diferentes nacionalidades. Personas que, a pesar de llegar con otras creencias religiosas, no dudaron en acudir a fuentes documentales y contrastar testimonios para intentar ofrecer a sus contemporáneos datos sobre el origen y la evolución del culto de la imagen de Nuestra Señora de Candelaria entre los canarios.
Por citar un ejemplo de esa labor, destacamos el texto del médico y marino inglés George Glas bajo el título Descripción de las Islas Canarias. Entre sus páginas, nos traslada ante una descripción de su llegada. Asimismo, una breve reseña sobre una imagen que define como “pequeña, como de unos tres codos o tres pies de alto; el color de la cara es atezado, las prendas azul y oro”. Destaca la presencia de ciertas letras romanas para las que no tendría explicación hasta recurrir a la ayuda de Gonzalo Argote de Molina, Provincial de la Santa Hermandad de Andalucía, obteniendo la siguiente interpretación: sobre la chaqueta cerca de la nuca unas iniciales cuya traducción sería: “Eres ilustre (o gloriosa) en el Padre, Hijo y Santo Espíritu, y Madre del Redentor Jesús”; en la faja las palabras: “María parió a nuestro más alto Rey, dio libertad a todos los aprisionados en el reino del infierno”; al borde de la manga, cerca de la candela verde, cuatro palabras: “os he dado la vida eterna”; y finalmente en el faldón de la prenda figuran las siguientes palabras: “Esta jamás abandonará Nivaria; su piadoso nombre invocado, las Islas Afortunadas no temerán ningún adversario”.
El polígrafo realejero José de Viera y Clavijo (1731-1813), en la Historia General de las Islas Canarias, matiza cómo Francisco López de Gómara señaló en Historia General de las Indias, que la imagen de nuestra Señora de Candelaria la adquirieron a través de los cristianos europeos que merodeaban por nuestras costas; afirmando que, a pesar de no ser su objetivo criticar la autenticidad de la aparición que relataron el padre fray Alonso de Espinosa, Antonio de Viana, fray Juan de Abreu Galindo y Juan Núñez de la Peña, quienes ensalzaron nuestras islas con la posesión de una estatua fabricada por los ángeles en el cielo, traída por éstos a Tenerife y celebrada por los mismos en sus playas. Expone Gómara que los citados historiadores fijan la aparición por los años de 1392 o de 1393, época en la que con bastante frecuencia llegaban a estas islas las embarcaciones de los cristianos. Para Viera, “por cualquier parte que se mire, el hallazgo de la santa imagen de Nuestra Señora de
Candelaria es digno del aprecio y admiración de todos los canarios, sensibles a las glorias de su país”. Y se pregunta al mismo tiempo y nosotros recogemos ese mismo interrogante que emitimos ante el público presente en este recinto:
-¿Perdería acaso su estimación por haber sido la imagen obra excelente de un escultor humano o porque la hubiesen desembarcado en las riberas de Tenerife algunos cristianos piadosos?
También el relato del polígrafo realejero recoge la aparición de la imagen, afirmando que no detendrá su mirada en hacer reflexiones acerca de las maravillosas circunstancias de esta historia, “bien que en el discurso de la obra presente se nos ofrecerán algunas ocasiones favorables de proseguirla, sin que hayamos adelantado hasta aquí otras noticias que las que ha fijado entre nosotros la voz de una tradición respetable, aunque nacida quizá entre los mismos bárbaros, promovida entre los pobladores de Tenerife y sostenida noventa y cinco años después de su conquista por los escritos de fray Alonso de Espinosa, dominico, quien, como advierte, «la alcanzó y pudo sacar a luz de entre aquellos oscuros tiempos, sin que hallase cosa alguna escrita que le satisfaciese”.

Dejando a un lado el siglo XVIII y acercándonos al XIX, no podemos obviar una cita a la descripción del aluvión de 1826, concretamente al texto redactado por el sacerdote Antonio Santiago Barrios. En el mismo se proporcionan diversos detalles que permiten también advertir el triste final de la imagen, siendo reemplazada la misma por una nueva obra del destacado escultor orotavense, Fernando Estévez de Salas (1788-1854). Se trató de un proceso complejo, tal y como describe el profesor y cronista oficial de Candelaria, ya citado, miembro del Instituto de Estudios Canarios y vicepresidente de la Junta de Cronistas Oficiales de Canarias, Octavio Rodríguez Delgado, en un artículo en su blog con el título “El terrible aluvión que azotó Tenerife en 1826 y sus irreparables daños en Candelaria”.
En esa aportación, apunta cómo incluso antes de solicitar una nueva imagen, llegaron a pedir “que se les cediese la imagen de la Virgen del Socorro, que se veneraba en su ermita de Güímar, pero los vecinos de este pueblo se opusieron a ello frontalmente. Por este motivo, una vez perdida la esperanza de que apareciera y creyendo necesario el que se colocara otra en su lugar, al año siguiente encargaron una nueva imagen”.
Sin embargo, en la ermita de Santa Úrsula, ubicada en el municipio de Adeje, existe otra talla que bien pudiera tratarse de la imagen original, pues los marqueses de Adeje solicitaron con anterioridad a su desaparición una copia y pudieron en realidad entregar el resultado de su petición y no la original, que se guardó en la Casa Fuerte.
Es esta una cuestión sobre la que han reflexionado historiadores como Gerardo Pérez Fuentes; María Jesús Riquelme en su obra La Virgen de Candelaria y las Islas Canarias o incluso el recordado catedrático Jesús Hernández Perera. Todo ello en atención a los rasgos y características que definen la imagen y describiendo sus particularidades.
Para los historiadores y otros especialistas, es lógico pensar en la posibilidad de que la imagen tuviera varias copias y que la que se encuentra en la actual ermita de Adeje sea una más dentro de ese proceso.
Llegados al siglo XX, el pregonero desgrana someramente algunas vivencias, algunas remembranzas, sencillamente para hacer más cercana y más personal esta visión que ya no es, por tanto, la mirada de otros. En la memoria se almacena el recuerdo de aquella peregrinación, vivida junto al agustino padre Federico, que realizó la Virgen de Candelaria en el año 1964. Recorrió pueblo a pueblo de la isla, un periplo que duraría más de tres meses por una misma finalidad: recaudar fondos para la construcción de un nuevo seminario, un espacio que, abierto a la formación de futuros sacerdotes, garantizara que éstos continuasen difundiendo la fe entre la población y desarrollasen la tarea pastoral.
De aquellos años de adolescencia, ya salpicada por la emigración familiar, quedan las conversaciones domésticas sobre la excursión a Candelaria; las reservas de asientos en los camiones adornados por hojas de palma; el paso, siempre inquietante, por la 'Cuesta de las tablas' de la Carretera Vieja y el impacto que significaba asistir a un encuentro de fútbol que se interrumpía cuando pasaba la guagua.
No sería ni la primera ni la última vez que la Virgen emprendió una peregrinación pues ya desde el año 1994 ha cumplimentado una serie de visitas, destacando en ese año por la conmemoración del quinto centenario de Santa Cruz de Tenerife y en La Laguna en 1997, decretando a partir de entonces el obispo la peregrinación cada siete años, a Santa Cruz y luego La Laguna.
Dentro de unos meses, concretamente en octubre, con motivo en esta ocasión del bicentenario de la Diócesis Nivariense, se vivirá una nueva exposición de fervor y entrega hacia una imagen que, como Patrona de Canarias, es un símbolo que agrupa a los canarios, proyecta su significado al exterior y nos cohesiona, sin lugar a dudas, como pueblo. Y atentos todos, porque, con toda humildad decimos que hay que evitar la instrumentalización del hecho religioso.
Su presencia une a su vez América y Canarias, o Canarias y América, tal y como reflejaría el recordado David Fernández en su obra Biografía de Candelaria, citando cómo en el país venezolano su culto se extiende desde el Distrito Federal, al Estado Anzoátegui, y por los estados Apure, Aragua, Bolívar, Carabobo, Cojedes, Falcón, Guárico, Lara, Mérida, Miranda, Nueva Esparta, Portuguesa, Sucre, Táchira, Trujillo, Yaracuy y el Estado Zulia.
No cabe duda de que el mar ha unido ambas orillas durante siglos a través de un proceso constante y continuo en la historia de Canarias: la emigración. A través del mar llegó la imagen al lugar y un día triste del año 1826, recordado para los anales de la historia, desapareció a través del mar. El fervor del pueblo recuperaría de nuevo una talla que hoy, desde su Santuario, mira al mar y extiende su visión ante todos.
El pregonero se acerca al final. Lo hace deseando venturas y felices celebraciones. Los candelarieros de Araya, Barranco Hondo, Las Caletillas, Las Cuevecitas, el Casco, Punta Larga, Malpaís, Igueste, Santa Ana, Playa La Viuda o El Pozo, se agrupan junto a isleños de todas las latitudes, para dar vida a una singular estampa de peregrinación, para compartir la solemnidad y también la alegría, el desenfado, los motivos lúdicos y propios de la fiesta popular.
Serviría un poema del recordado Juan Pérez Delgado, el célebre e inolvidable Nijota, quien, de forma magistral, reflejaría el carácter único de una celebración como ésta bajo el título “Candelaria, hace cincuenta años”:

<
Arena. Miles de ruidos.
Arena. Gente, estampidos.
Silbos, cantos, más arena.
El mar, la playa, una calle
(la de la Arena). Más gente
al por mayor y al detalle.
Vino y cerveza caliente.
Un cantar, un grito, un nombre.
Un baile, una discusión.
Un acordeón y un hombre.
Otro hombre y otro acordeón.
Alegres, pícaras danzas
de doncellas y donceles.
Guanches con pieles y lanzas.
Guanches sin lanzas ni pieles.
Una parranda, una racha
de estribillos de mal gusto.
Cachetada a una muchacha
por madre de ceño adusto.
Uvas de Arafo en su cesta,
Vendidas por guapas mozas.
Si la sed es más molesta
¡Gaseosa, gaseosa!
Fea caída en arena
debida a ruin empujón.
Trifulca a trompada plena.
Guardia Civil en acción.
Maldiciones, vivas, gritos,
ajijídes, oraciones.
Guitarras, hueseras, pitos,
panderetas, acordeones.
Trajes de chillonas telas.
Cien mujeres de rodillas
con una, dos, tres, diez velas,
y chiquillos y chiquillas.
Ruido del mar, ronco ruido.
Grave canto clerical.
Aquí y allá el gran chillido
de una mujer con un .
La masa espesa se soba.
Y entre el gemido y la trova,
entre el grito y la plegaria
un ciego empieza una :
<<¡Oh, Virgen de Candelaria!>>.

Serviría. Pero hay una estrofa del himno mariano que parece más apropiada:

<
relicario de tu imagen santa,
horno y centro del amor isleño,
cuna y fuente de la fe canaria>>.

Hasta aquí, prendado de candelas y flores de genios y artistas como son y serán siempre Martín González y José Aguiar, hemos venido a pregonar con el ánimo de descubrir “cultivos de medianías, tabaibales y balos, basaltos que se elevan -como ensalzaría el poeta e investigador, miembro de la Asociación Española de Etnología y Folclore, profesor Manuel Pérez Rodríguez- hasta coronarse de una crestería de coníferas que juegan con las brumas atrevidas de la vertiente norte”. Y entre las que pueden advertirse personajes nacidos en la localidad como Antonia Tejera Reyes, médium conocida como la Iluminada de Candelaria; Valentín Marrero Reyes, canónigo honorario de la Santa Iglesia Catedral de La Laguna; Pedro Domínguez Torres, jugador de fútbol; Domingo Barrera Corpas, boxeador profesional aspirante al título mundial; Dimas Coello Morales, pintor y poeta, entre muchos otros.
La puerta orientada a la Vida no es más que el deseo de seguir escribiendo y comunicando. Y por la ventana al Infinito entran aires que, como los de este año en Candelaria, solo impulsan los deseos de innovar, hacer más cosas y agradar.
Gracias, candelarieros, por esta oportunidad.

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