El
suceso de Caracas del pasado sábado -un intento por ahora no
esclarecido de acabar con la vida del presidente Maduro- pone de
nuevo a Venezuela en un primer plano de interés informativo. Sin ir
más lejos, ayer por la tarde estuvimos siguiendo las transmisiones
de las televisiones de aquel país de un impresionante y
multitudinario acto popular en las calles en apoyo del presidente. Y
del régimen, se supone.
Pero
hay mucha confusión, demasiados espacios oscuros en torno a lo
ocurrido. Ha surgido hasta un sector, denominado 'Soldados de
franela', que ha reivindicado la acción y deja caer que volverá a
intentarlo. Prosiguen las investigaciones y ya hay detenidos.
El
problema es que pocos creen la versión oficial. Todo es consecuencia
de una Venezuela convulsa, afectada por una crisis social y económica
de envergadura: encarecimiento sin límite, anarquía económica y
fiscal, aumento ilimitado de la inseguridad ciudadana, calidad de
vida en descenso galopante, libertad de prensa muy limitada, es
decir, la crisis perfecta, aquella en la que el régimen resiste no
importa que sea a costa de los derechos humanos, de la instauración
del terror o de crear climas inciertos bajo amenazas constantes.
Hace
mucho tiempo que Venezuela es un sindiós. El intento de atentado del
sábado, acompañado de cortes de señal de televisión y de
discursos posteriores que son implícitas acusaciones a presuntos
promotores, es otro episodio de la crisis que deja abiertas muchas
incógnitas. Explosiones, desbandada y cintas de video, si nos
permiten la licencia. ¿Hubo atentado? ¿Quiénes son los 'Soldados
de franela'? ¿A quién o quiénes les interesa que se hable de ello?
¿Es un alivio para el régimen que ahora verá cómo durante no
menos de una semana se seguirá hablando de ello y de pluralidad de
hipótesis, mientras el pueblo sigue padeciendo escasez? ¿O es lo
que conviene para fortalecer el miedo social? ¿Cómo se puede
convivir con la información prácticamente bloqueada? Ahora
tendremos ocasión de contrastar la posverdad.
La
analista política Argelia Ríos se preguntaba ayer si había sido un
atentado o un autoatentado. “Nadie cree nada -decía. Ni las
versiones oficiales del Gobierno ni la comprobación de los hechos
que están sacando los periodistas”.
“Aquí
todo el mundo tiene razones para mentir”, añadió. Es la
consecuencia de una revolución fracasada, del exceso de
autoritarismo y hasta de una resignación del pueblo que ha
comprobado que no hay nada que hacer. O que hay que sobrevivir con la
penosa realidad que significa ir hacia ninguna parte.
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