Al
cabo de tres años de vigencia de la Ley canaria de transparencia y
acceso a la información pública, los ayuntamientos de las dos islas
capitalinas (siete de los veintitrés de Gran Canaria y veintiuno de
los treinta y uno de Tenerife) aprueban el denominado Índice de
Transparencia. Un hecho positivo, sin duda, que lo será del todo
cuando el resto de consistorios se lo tome en serio y supere las
pruebas que ahora han afeado su gestión y cuando se conozcan los
datos de las demás corporaciones locales de las islas, entre las
que, por cierto, igual no hay registros tan favorables.
Canarias
es la primera comunidad autónoma que cuenta con un instrumento de
medición de su transparencia que el año pasado, según el Informe
del Comisionado, Daniel Cerdán, ya abarcó a todas sus instituciones
públicas y más de una tercera parte de sus más de trescientas
entidades dependientes. Es la primera vez que todos los ayuntamientos
han cumplido su obligación de rendir cuentas sobre su propia
transparencia.
En
la exposición de motivos de la Ley impulsada por el que fuera
consejero de Presidencia, Justicia e Igualdad del Gobierno canario,
Francisco Hernández Spínola, se señala que la
transparencia “se revela como uno de los valores esenciales para
que las instituciones y administraciones sean consideradas como
propias, cercanas y abiertas a las expectativas, necesidades y
percepciones de la ciudadanía. Asimismo, la transparencia constituye
una eficaz salvaguarda frente a la mala administración, en la medida
en que posibilita a la ciudadanía conocer mejor y vigilar el
ejercicio de las potestades, la prestación de los servicios y el
empleo de los recursos públicos que se obtienen por la contribución
de la misma al sostenimiento del gasto público. Y, precisamente por
ello, la transparencia en la gestión de los asuntos públicos se ha
revelado como un instrumento vital para lograr que la actuación de
los poderes públicos sea más eficaz y eficiente. Consecuentemente,
aumentar la transparencia de la actividad pública se vislumbra como
el camino para iniciar la reconciliación entre las instituciones y
gestores públicos con el conjunto de la sociedad para la que
trabajan”.
Se
diría que los municipalistas empiezan a tomar conciencia de esta
filosofía y a responder con hechos ante demandas ciudadanas de mejor
y más claro funcionamiento de las administraciones públicas,
envueltas en esa preocupante corriente de rechazo y desafección
hacia la política en general. Los exámenes indican que los
ayuntamientos de Gran Canaria y Tenerife han avanzado notablemente en
el cumplimiento de sus ciento sesenta y seis obligaciones de
publicación de contenidos en los portales de transparencia de sus
sitios web, bien es verdad que con distintas intensidades. La nota
media ponderada de Tenerife se situó en 7,28 y la de Gran Canaria en
6,72. Los resultados de los municipios de Tenerife, por cierto, son
los mejores de todas las islas del archipiélago; su media ponderada
por población del 4,26 del año 2016 al 7,28 del ejercicio
siguiente, en tanto que su media aritmética fue de 6,42 superando
así el 3,71 de 2016.
Todo
da a entender que hay más conciencia y más sensibilidad con un
concepto, la transparencia, absolutamente fundamental en la política
de nuestros días, si es que además se quiere perfeccionar y
cualificar la participación ciudadana en los asuntos públicos. Pero
habrá que insistir con quienes incumplen. Y si creen que los
ciudadanos por eso no les van a castigar, están equivocados.
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