David
Silva (Arguineguín, Gran Canaria, 1986) oteó el horizonte, cambió
el balón de pierna y lanzó un pase largo, de esos que ensanchan el
campo hasta dejarlo expedito. “No resulta fácil, después de todo
lo vivido...”, escribió en una carta abierta para anunciar su
retirada de la selección española de fútbol. Había acumulado
innumerables regates, pases y desmarques en ciento veinticinco
partidos disputados en los que anotó treinta y cinco goles. Doce
años vestido de rojo, con elegancia, con finura, superdotado
técnicamente, futbolista nacido para ganar: ahí están un Mundial y
dos Eurocopas en su palmarés.
En
décimas de segundo, en esa imperceptible fase instintiva que está
reservada a los genios, pensó en todos los que contribuyeron a
engrandecer su trayectoria y agradeció a su familia el sustento
proporcionado para llegar tan lejos, al territorio de la gloria
balompédica.
Se
va Silva de la selección española y queda un vacío del estilo
canario, del toque, de la “sambita” (que diría Pepe Reina), de
la finura, de la elegancia, del desmarque, de la habilitación en
espacios inverosímiles. Aragonés, Del Bosque y Lopetegui sabían
muy bien de esas habilidades, mejor dicho, de tales valores. Ahora se
queda Guardiola a cuidar y administrar la madurez de un mago, seguro
de que podrá exprimirla.
Si
el balón tiene música (Luis Aragonés dixit), David
Silva supo gobernarlo como pocos. Puso el sello canario y nos hizo
disfrutar.
Sirvan
sus propias palabras de despedida: “¡Gracias, suerte y hasta
siempre!”. Hasta en ese pase largo acertó, el muy talentoso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario