Pocos
se acordarán del denominado 'pilar europeo de derechos sociales',
una iniciativa presentada hace ya más de un año en el ámbito de la
Comisión y que fue concebido como una brújula que debía orientar
la ruta hacia un proceso renovado de convergencia al alza para
obtener mejores condiciones de vida y de trabajo en el territorio
europeo. El pilar establecía veinte principios y derechos esenciales
destinados a fomentar mercados de trabajo y sistemas de protección
social equitativos.
¿Avanza
la Unión Europea (UE) en esa dirección? Muchas dudas, en efecto, se
ciernen sobre el funcionamiento de los programas y de las propias
instituciones. Se dijo que cumplir los principios y los derechos
concretados en este pilar es una responsabilidad conjunta de los
Estados miembros, las instituciones de la UE, los interlocutores
sociales y otras partes interesadas. Se trata, pues, de aplicar el
pilar en un marco de pleno respeto de las competencias de los países
miembros y de las convenciones del diálogo social.
Recordemos
que los principios y derechos consagrados en esta figura del pilar
europeo están estructurados en torno a tres categorías: igualdad de
oportunidades y acceso al mercado laboral, condiciones equitativas de
trabajo y protección e inclusión sociales. Tales principios inciden
en cómo abordar la evolución del mundo del trabajo y de la sociedad
para cumplir los objetivos implícitos en los tratados de una
economía social de mercado altamente competitiva, tendente al pleno
empleo y al progreso social.
Según
José Domingo Roselló, adscrito a la organización Economistas
frente a la crisis, “las
críticas de mayor calado que ha recibido el pilar son tres: que se
trata de un texto no legalmente vinculante ni se prevé que su
contenido sea recogido en los Tratados de la Unión; que no incorpora
partida presupuestaria de la Comisión para su puesta en práctica y
que las medidas a tomar para su desarrollo están en su práctica
totalidad en manos de los Estados Miembros. Realidades
incuestionables que han hecho que a veces esta iniciativa sea
descrita, de manera muy visual, como “sin dientes”.
A
estas objeciones, añade Roselló, puede añadirse la de que la UE en
este momento contempla mecanismos de supervisión y correctivos,
incluyendo sanciones a los Estados para cuando se incumple el
objetivo de déficit presupuestario, pero no se ha previsto por parte
de la Comisión, en el marco de la proclamación del pilar europeo de
derechos sociales, ningún mecanismo análogo, aunque fuera de
intensidad mucho menor, para cuando se constataran desequilibrios en
los indicadores sociales. Sin un mecanismo de conexión entre la
consecución de objetivos sociales y las restricciones
presupuestarias, este deseado cambio de paradigma queda
capitidisminuido”.
A
la espera de conocer datos y balances, y de las mismas impresiones de
los eurodiputados españoles, todo da a entender que esta iniciativa
debería formar parte de los tratados de la Unión, sobre todo cuando
cuando los gobiernos han de corregir desequilibrios presupuestarios
pero también las desigualdades sociales. La consecución de una
Europa más social y más justa sigue siendo una prioridad clave de
la Comisión. Las huellas de la crisis, reflejadas en la vida de la
sociedades y de los ciudadanos, no se borran tan fácilmente. Pero
hay aspiraciones comunes que compartir y en ellas hay que insistir
con soportes como este pilar de derechos sociales.
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