Al
Puerto de la Cruz lo que le falta ahora mismo es ilusión.
Pero
no es un apriorismo de diferenciación política, como en principio
pudiera pensarse, sino una percepción contrastada en las
conversaciones y en los paseos de este tiempo veraniego en que la
ciudad parece agotada, los vecinos y los allegados, los profesionales
y los jubilados convergen en una escasa motivación, en una
propensión al escepticismo, en una progresiva incredulidad y en una
cierta incapacidad para hablar de una alternativa o de un porvenir
basado en algo, en un modelo, en una concreción palpable y aceptada.
¿Dónde aquellas discusiones portuenses, aquellas infinitas
conversaciones convertidas en sustanciosos debates y en las que los
intervinientes dominaban los temas como si de auténticos expertos se
tratare?
¡Ah!
Aquella frase memorable: “En el Puerto, cualquier bobo es
catedrático”.
Ahora
como que no queda sitio ni para eso, para el humor doméstico. Se
recurre a utilitarismos nostálgicos, a los recuerdos de otras épocas
más fecundas en las que, no importando el sustrato ideológico, se
pensaba en el engrandecimiento de la ciudad, en sus potencialidades y
en un porvenir más o menos venturoso. Aun existiendo diferencias de
criterio, había razones para mantener encendida la llama de las
iniciativas y el progreso social.
Si
ilusión es sinónimo de anhelo, esperanza, fe, deseo, seguridad,
ánimo o confianza, no parece en estos momentos que esos sean los
hechos que inspiren a los portuenses. Hasta cuesta que se
identifiquen con las convocatorias culturales que se han ido
consolidando durante los últimos años y significan un cierto
reclamo para proyectar el nombre de la ciudad. Y hasta sorprende que
muchos ignoren aún el funcionamiento de un Consorcio de
Rehabilitación Urbanística, en realidad concebido para impulsar el
desarrollo turístico, empeño en el que, por un lado, aún no son
reconocidos los logros que paulatinamente va cosechando, mientras
que, por otro, la gestión del área, pese a los indudables afanes
voluntaristas, no dan para retomar el peso y el liderazgo de otras
épocas. El sector privado, por cierto, en otra prueba de esa
carencia de ilusión a la que aludimos, tampoco sobresale.
“La
ilusión despierta el empeño y solamente la paciencia lo termina”,
dice una frase de autor anónimo que sirve para interpretar sus
valores. Ya no se despiertan empeños en el Puerto y la paciencia
parece condenada a mejor vida. Hay una especie de resignación
generalizada. Da igual si se materializa un proyecto como si no; es
indiferente si se demora o no; la queja de la falta de mantenimiento
es una letanía; no duele que se prolonguen las imperfecciones o los
deterioros de los servicios públicos. No se aprecia ilusión por
nada: ni siquiera por innovaciones o por proyectos, tampoco por
conservar al mejor nivel posible lo que se posee. La vida municipal, sin seguimiento crítico y con muy escaso reflejo mediático, salvo escasas excepciones, se reduce a una sucesión de postureos, de
ensalzamientos de una actuación cuando se está ahí para eso y de
polémicas estériles alimentadas en redes sociales para poner en
evidencia la pobreza de legítimas demandas. Pero causas mayores,
como el reciente suspenso en la evaluación parlamentaria de la
transparencia, o el clientelismo descarado en donde teóricamente no
puede ni debe hacerse, o el funcionamiento irregular del complejo
turístico 'Costa Martiánez', o los desmanes en la ocupación de la
vía pública, o el abandono palpable en ciertos barrios, o la
decadencia de las fiestas en general, son capaces de generar
opiniones. Tanta desidia, equivalente a desinformación, es un virus
dañino para cualquier cuerpo social.
Antes
no era así pero la sociedad portuense de ahora se ha vuelto
conformista. La ilusión es motor y aliento de nuestros deseos. La
ilusión es lo que nos debería estimular, a la vez que impulsa las
acciones que se lleven a cabo para materializar cualquier aspiración.
¿Desde cuándo no brota una idea que los portuenses puedan abrazar
para hacerla suya, para potenciarla con orgullo sin que doble el
campanario localista o se desvirtúe por el mero origen de su parto?
Sin
ilusión, no hay motivación ni emprendimiento. Esto es lo
inquietante: una sociedad aletargada, pasiva, indolente y hasta
temerosa. La sociedad portuense, antes, no era así. Y visos de
cambio, no se aprecian.
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