El
aumento de millonarios (un patrimonio declarado superior a los
treinta millones de euros), por un lado; y el de personas en riesgo
de exclusión, por otro; más los fraudes fiscal (unos sesenta mil
millones de euros) y laboral (estimado en otros treinta mil) ponen en
evidencia la desigualdad social en nuestro país. Cifras y
porcentajes lo acreditan. A las citadas debemos añadir que en España
se recaudan unos ochenta mil millones de euros menos de los que
debería ingresar el Estado con respecto a la media europea. Esos
números absolutos de fraude fiscal representan un 25 %, frente al 13
% europeo.
Precisamente,
en opinión de los expertos, la disminución de la desigualdad pasa
por confluir con Europa en materia fiscal. Claro que no será fácil
y todo dependerá del alcance que entrañe un hecho decisivo: la
reorganización de la Agencia Tributaria que no solo ha de perseguir
el denominado gran fraude sino la evasión de impuestos y la elusión
fiscal pues, en los últimos años, apenas se han reducido los
tributos en tanto que la recuperación de fraude sigue manteniéndose
en torno a los diez mil millones de euros. Desde luego, esa
reestructuración es compleja. En la propia Agencia coinciden en que
es necesario duplicar la inspección. Y argumentan estos datos: a
cada miembro le corresponde supervisar fiscalmente una media de mil
habitantes, muy por debajo de los quinientos treinta y cinco en
Portugal, de los cuatrocientos veintisiete franceses y los
trescientos ochenta y siete en Alemania. La conclusión es que en
España hay el doble de fraude mientras existe, más o menos, la
mitad de inspectores.
No
van a menos en el ámbito laboral. También hablan de duplicar el
número de inspectores para acercarse a la media europea: en nuestro
país, hay un inspector por cada quince mil trabajadores, en tanto
que en el marco de la Unión la media es de un inspector cada siete mil trescientos asalariados. Recordemos que el fraude en este
concepto ronda los treinta mil millones de euros.
Pero,
¿qué hacer cuando el pago de impuestos se sigue aceptando como una
obligación molesta para la inmensa mayoría de los contribuyentes?
Es un pensamiento muy extendido: se paga mucho y no se corresponde
igual, no hay ventajas. Habría que modificar la mentalidad y el
enfoque extendido entre los ciudadanos cuando han de cumplir con sus
obligaciones tributarias. Está probado que los recortes de estos
años de crisis también se deben a una menor capacidad de ingresos
fiscales, lo que equivale a decir que decrecerían las
contracciones y las cantidades del fraude fiscal y laboral serían
menores si aumentan tales ingresos. Ahí estriba una de las claves de
ese nuevo enfoque. Los nuevos recursos, si se reducen a la mitad los
fraudes fiscal y laboral, podrían ascender a cincuenta mil millones
de euros. O lo que es igual, además de favorecer la creación de
empleo, las partidas presupuestarias en materia de sanidad,
dependencia, educación y servicios sociales se incrementarían casi
en un 50 %.
El
todo es que debería ser un propósito claro acabar con esta
desigualdad aún imperante en nuestro país. Si se quiere que bajen
los índices de vulnerabilidad y que los desequilibrios dejen de
propiciar sectores de población desfavorecida, si se aspira a
empleos estables y a mejores coberturas o prestaciones sociales, es
indispensable adoptar medidas valientes, eficaces y transparentes
que, además de operar en la dirección apuntada, entrañen otra
visión de los españoles cuando han de afrontar sus obligaciones
fiscales.
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