La
subida de la luz no tiene techo. Y de la misma forma que lo
criticamos con el Gobierno anterior, lo hacemos ahora. El recibo del
pasado mes de agosto batió un nuevo récord, resultando ser el más
elevado desde enero del año 2017, convirtiéndose en la cuarta
facturación más alta de la historia: el recibo del usuario medio se
elevó a 80,73 euros, casi nueve euros más de los 71,82 de agosto
del año pasado. En números relativos, pues, el recibo de la luz se
ha encarecido un 12,4 %. Por completar las cifras: el aumento mensual
de agosto ha sido del 3,0 %, lo que significa una subida de 2,34
euros respecto al mes de julio.
¿A
dónde vamos a parar? La pregunta es inevitable porque, sube que te
sube, nada ni nadie parece poder detener esa escalada. Si un día se
produjera lo contrario, los consumidores no lo creerían. Ya lo
advirtió hace unos años, en abril de 2015, el mismísimo presidente
de la Comisión Nacional de los Mercados y de la Competencia (CNMC),
José María Marín Quemada, al advertir que no había quien
entendiera el recibo de la luz y eso dificultaba que los consumidores
ejercieran las acciones correspondientes si se sentían perjudicados.
Pero
¿ustedes ven a los consumidores y usuarios articulándose y
vertebrándose, tomando la iniciativa, en fin, para pedir una frenada
de las tarifas eléctricas, de modo que su repercusión en los
recibos periódicos sea la mínima posible? Claro que no: si a la
alegría y al desinterés con que nos tomamos estas cosas, que
también son las del comer y beber, se unen esas complicaciones
apuntadas en un recibo poco menos que un jeroglífico indescifrable,
asistimos a un largo desfile de incrementos alentados por la
impunidad. Pero si es que ni siquiera hay ánimos ni respuestas para
llevar a cabo un apagón preconcertado a escala popular o una
cacerolada, vaya, a ver si los responsables gubernamentales y de las
eléctricas se arrugan un poco o les levanta un mínimo de rubor y
frenan esas subidas.
FACUA
Consumidores en acción, una organización no gubernamental sin ánimo
de lucro, dedicada desde su fundación, allá a principios los
ochenta, a la defensa de los derechos consumidores, comprometida,
según su declaración de principios, con las mejoras en la
regulación y control de mercados, parece ser la excepción a las
dudas manifestadas en párrafos anteriores y ha dejado escuchar su
voz, aunque parezca insuficiente: reivindica al actual ejecutivo que
intervenga las tarifas del sector eléctrico para acabar con la
especulación y las difícilmente explicables altas tarifas que
mensualmente deben afrontar los usuarios.
Tuvo
visión esta organización cuando hace dos años, aproximadamente,
promovió la aprobación de una tarifa asequible regulada por el
Gobierno, a la que pudieran acogerse todos los consumidores
domésticos en su primera residencia. Después, apareció otra
petición: una auténtica tarifa social para los usuarios con menos
poder adquisitivo y sufragada por las propias compañías eléctrica.
Y hasta se habló de un tipo impositivo reducido teniendo en cuenta
que el eléctrico es un servicio esencial para la sociedad en su
conjunto.
Pero
poco o ningún caso han hecho. A ver si entendemos que el sistema
eléctrico español está integrado por unas pocas empresas y sin
libre competencia. O sea, son de una voracidad insaciable mientras
las circunstancias las favorezcan, hasta representar un verdadero
oligopolio. Solo compiten en las ganancias, en cuentas de resultados
que son para asustarse. La manifestación de la ministra para la
Transición Ecológica, Teresa Ribera, “es necesario proteger a los
colectivos más vulnerables de la subida de la luz”, podría ser un
rayo de esperanza pero, ciertamente, con las cifras en la mesa, suena
a chiste.
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