Es
noticia: volvieron las colas a la TF-5, a la autopista del norte.
Desde primeras horas, ya había fotos en las redes de cientos de
vehículos atrapados en el gran atasco. A media mañana, ya se
atribuía al primer día de clase en la Universidad de La Laguna la
causa de los trastornos nuestros de cada día. Como si no lleváramos
padeciéndolos unos cuantos años. Los que somos habituales nos
percatamos en seguida de la concentración de coches en las
incorporaciones habilitadas y reacondicionadas en Aguere. Hasta
después de la rotonda del padre Anchieta no se despejaba la
circulación. Está claro: las mismas vías para un creciente número
de vehículos; las mejoras puntuales en determinados puntos, aún
hechas con la mejor visión teórica, apenas sirven o no sirven.
La
movilidad por carretera es un problema grave en la isla. Porque
pensemos en la vuelta desde la capital hasta las localidades
norteñas, a eso de las dos, las tres, las cinco o las siete de la
tarde: la mayoría de los conductores que han cumplido su jornada
laboral o profesional, quienes han acudido a sus consultas o a sus
citaciones judiciales, quienes regresan desde el sur por esta vía,
quienes han terminado sus compras, retornan para ir formando otra
cola que, a menudo, se hace insufrible desde el Hospital
Universitario de Canarias, desesperante a la altura de la estación
de guaguas de La Laguna, incómoda hasta Los Rodeos y difícilmente
soportable a partir del aeropuerto. Ni siquiera las rectas de Guamasa
y Tacoronte alivian. Sí, ciertamente: otro trastorno considerable
para el desplazamiento, por no contar los cierres o los desvíos
motivados por las obras de repavimentación que se ejecutan en
horario nocturno.
Lo
dicho: más coches para las mismas carreteras, que no absorben,
evidentemente. He ahí el nudo gordiano, la dificultad casi
insoluble. El otro casi habrá que encontrarlo en alternativas que no
deberían estar basadas en hechos puntuales. Para las colas del
norte, aparte de una buena dosis de sensibilización para ir
convenciendo al personal de las ventajas del transporte colectivo,
solo vale un planteamiento estructural: plagado de dificultades, como
estará; costosísimo, como será; de notable impacto, como cabe
prever; el tren o el tranvía es la alternativa. Ese es un proyecto
en el que hay que volcar afanes y energías, eso sí que debería
mover a los ayuntamientos, entidades y agentes sociales del norte.
Cierto
que la ingeniería y la redacción de la actuación
estructurante, las expropiaciones y las dotaciones comportarán una
inversión multimillonaria a materializar, seguramente, por fases.
Pero, a la espera de que se demuestre lo contrario, es la solución a
medio y largo plazo. Las carreteras no dan más de sí. La viabilidad
de su ampliación no es menos gravosa y cabe dudar de su eficacia.
Así
que no pierdan mucho tiempo: a planificar, a empujar, a buscar
financiación. Lo contrario equivale a seguir llorando en las colas
insufribles de cada mañana, en una dirección, y en las exhaustas de
por las tardes.
¡Ah!
Equivale a eso y, sin preocupar menos, a contemplar cómo el
desequilibrio en el desarrollo insular se torna lacerante.
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