Algo
se mueve.
Por
un lado, la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, ha señalado
que el Gobierno suprimirá temporalmente los efectos del impuesto del
7 % que abonan las compañías productoras de electricidad y que
repercute en la facturación final de los consumidores. Ello
significa que la recaudación estatal se reducirá en unos mil
millones de euros. Esta merma se corregirá con modificaciones en
otras partidas presupuestarias, Esta reducción, en efecto, se verá
compensada, por ejemplo, con lo que se obtenga por los derechos de
emisiones de C02 cuyo precio, en los últimos meses, se ha
triplicado.
Y
por otro, la ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera, ha
manifestado en sede parlamentaria que la deficiente regulación del
mercado eléctrico obliga a adoptar medidas estructurales que ello
deje de generar constantes subidas en el precio de la luz y, por
consiguiente, en el coste del recibo de la luz para los ciudadanos.
Bueno,
es un avance. Ante la resignación y la impotencia de los
consumidores -alguna organización, como FACUA, es la excepción-,
las primeras consecuencias apuntan a una reducción de la factura
para los consumidores domésticos entre un 2 y un 4%, es decir, una
reducción de dos euros para un cliente tipo medio. Algo es algo.
Así
las cosas, y a la espera de conocer la reacción del imperio de las
eléctricas, hay que dar más pasos que confieran credibilidad a la
voluntad política manifestada por el Gobierno con estas primeras
medidas. Esa pretendida reforma del mercado eléctrico no puede
demorarse: precisa un gran pacto, sí; y la negociación seguro que
será a brazo partido, pero requiere cierta urgencia para propiciar
unas medidas que tranquilicen y alivien los gastos fijos de los
ciudadanos. El gran objetivo es evitar el encarecimiento de la
electricidad. Por eso, independientemente de que esa regulación
consigne medidas estructurales, no es menos importante para los
consumidores comprueben que es factible ampliar la cobertura del
denominado 'bono social eléctrico' y establecer ayudas para el uso
de la calefacción pues son conocidas algunas lacerantes
consecuencias, especialmente en los sectores más vulnerables.
Y
ahora también habrá que estar muy atentos para que la rebaja del
impuesto que se anuncia tenga una repercusión real y efectiva en el
precio de la electricidad, tanto en lo que identificaríamos como el
mercado mayorista como el recibo de la luz que pagan los usuarios. No
menos atentos con otro concepto, el autoconsumo, que también
necesita de regulación sólida, precisamente para evitar situaciones
de discriminación.
Todos
estos pasos se dan, suponemos, sin renunciar a un nuevo modelo, el de
las energías renovables, el más limpio y el más eficiente, según
reiteran los testimonios de los entendidos. Para algo habrá pensado
Pedro Sánchez en eso, la transición ecológica, que da nombre a la
cartera ministerial. El 32 % de la generación renovable, fijado como
objetivo para el año 2030, o sea, ahí mismo, es una meta ambiciosa
a la que no será fácil llegar, menos si los planes de los que se
disponga no son asumidos con decisión, coraje y buenas dosis de
información para que haya conciencia de que lo energético sí que
importa y a todos nos afecta.
Por
ahora, algo se mueve.
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