La
noticia es el batacazo de Ciudadanos y sus consecuencias: Albert
Rivera desaparece de la la escena política. Es inevitable hurgar en
la Unión de Centro Democrático (UCD) y el Centro Democrático y
Social (CDS) de Adolfo Suárez para hallar antecedentes similares.
Demasiados errores de bulto. Pero noticia es también el ascenso de
un partido innombrable, de ultraderecha, convertido en tercera fuerza
política y presumiendo de hazaña en una noche electoral del sistema
democrático español: paradojas de la política.
Un
buen y leal amigo, capaz de defender aún la democracia orgánica y
si le apuran, hasta aquello que llamaban principios fundamentales del
movimiento, se niega a aceptar que ese partido español de derecha
extrema sea tal. Queremos pensar que se confunde cuando lo ubica como
partido liberal. Y para reforzar su convicción, emplea la palabra
mágica: es de centro moderado. Se olvida que hace muchos años él
mismo decía que el centro no existe. Es difícil de aceptar, hasta
el punto de dudar si lo hace para tomarnos el pelo o forzar alguna
reacción o algún exabrupto por nuestra parte. Se equivoca, en todos
lo casos. De medio a medio.
Pero
el partido innombrable, estimulado por sus homólogos ideológicos de
Francia e Italia, avanza. Esto es lo inquietante. Y sus ideas, lo que
hay que combatir. No a sus votantes, muchos de los cuales no conocían
a sus candidatos ni que uno de ellos había sido sustituido a cuatro
días de las elecciones. Como tampoco sabrán quién es el juez
Serrano, el de las paguitas. El partido innombrable, ahora con un
grupo parlamentario superior al medio centener de componentes, o si
lo prefieren, tercera fuerza política tras las elecciones del pasado
domingo, ha hecho como los extremistas de las derechas europeas
-¡cuánta razón Macron, cuanta razón Valls!-, es decir amenazar
las bases de la democracia y de la convivencia. Se dirá de quién es
la culpa. Y por supuesto, hay que socializar responsabilidades: el
exceso de tolerancia, de pasividad y la incapacidad de partidos y de
las instituciones para poner freno a fenómeno sociopolítico tan
nocivo son determinantes. Aquel amigo, como muchas otras personas,
reía las gracias, habló de fenómeno pasajero, alimentó el morbo
de qué acusaciones personales dirigían a concedió importancia a
las mentiras, los insultos y los dicterios a cargos públicos e
institucionales respetables, ahora, para justificar lo
injustificable, hablan de liberales y centrados. Y lo que te rondaré
morena.
El bloguero, escritor y emprendedor Pau Solanilla, director de varios proyectos comunitarios, publica en nuevatribuna.es
un
interesante artículo de opinión: “Hoy -escribe- muchos se rasgan
las vestiduras acusándolos de un fascismo renovado, un ejercicio de
desahogo, pero estéril desde el punto de vista político. A la
extrema derecha se la combate en el terreno de las ideas, de los
relatos, la ejemplaridad, la ética, la épica”. Sencillamente, no
cabe la indolencia cuando se contrasta que la amenaza crece y crece,
cuando siguen desatados los discursos guerracivilistas -además de
los xenófobos, revanchistas, odiadores, machistas y excluyentes-
cuando se atreven a hacerse las víctimas y cuando van evidenciando
que en su proceder político les da igual lo que sea con tal de
seguir implantando el miedo y demostrar de lo que son capaces.
No
basta con confiar en que un electorado que ha demostrado que se mueve
por emociones -antes fue Podemos- pondrá en su sitio y propiciará
la debilidad de los que ahora sacan pecho ¡en plena democracia! La
que no querían, la que criticaron y la que intentan denostar.
Por
eso hay que combatir las ideas, las falacias y las deformaciones de
la derecha extrema, no a los votantes. Intentarán alimentar las
emociones, luego no hay que dejarse engañar. La democracia es muy
valiosa como para que la arrebaten con sus viejas técnicas, sus
adoctrinamientos, sus radiicalismos y sus iluminados.
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