Han
distinguido al profesor, investigador y escritor realejero Álvaro
Hernández Díaz con el reconocimiento denominado “Memorialista”
y uno cree que es motivo más que suficiente para saldar una vieja
deuda con él, además de congratularse por esa distinción, claro. Y
es que desde hace mucho tiempo tenemos pendiente un comentario sobre
su libro Niágara
de versos y prosas, editado
por María Elisa Díaz García y dedicado a la familia “con
especial emotividad”. Es de esas cosas que vas dejando y dejando,
consciente de que un día hay que hacerlo, porque su personalidad y
su obra lo merecen. Hasta que llega ese día y pocos mejor que éste,
coincidiendo con el acto de concesión del título por parte de la
Junta de Cronistas Oficiales de Canarias. El Ayuntamiento de Los
Realejos fue el escenario del mismo, bajo la presidencia del alcalde
en funciones, Adolfo González Pérez- Siverio, y con asistencia del
titular de la citada Junta, Manuel Poggio Capote, además de otros
miembros de la misma como Octavio Rodríguez Delgado y Febe Fariña
Pestano. Alumbrar, conservar y divulgar la historia local componían
el eje sobre el que bascularon las intervenciones de los cronistas
que coincidieron en señalar la incesante tarea de Hernández Díaz
como uno de los fructíferos ejemplos de lo que significa cultivar la
memoria.
De
modo que, estimado Álvaro, enhorabuena. Sigue haciendo uso de ese
privilegiado amor por las cosas de casa y por la obra bien hecha,
reflejada en la creatividad poética, en el verso espontáneo sobre
los hechos cotidianos y en una sensibilidad que ha quedado reflejada,
casi siempre de forma silenciosa, pero siempre proclive a distinguir
perfiles, valores y hasta hechos históricos.
Y
perdona nuestra deuda.
Porque
Niágara
de versos y prosas claro
que aporta “granos de constructiva arena y de sabrosa sal en la
construcción de un mundo mejor en paz, pan y lumbre para todos”,
como atinadamente escribes en el epílogo de tu obra. Esa era tu
aspiración: llegar a los ámbitos amables, a las cuatro paredes de
los ambientes domésticos y sociales más cercanos, allí donde sabes
que hay gente aguardando una escritura sencilla, accesible, reflejo
de tantas vivencias, del intimismo que más puede interesar y de
tantos ambientes compartidos.
Los
granos han hecho el granero donde el fecundo memorialista -miren por
donde- labró su amor y su compromiso con la profesión, el barrio,
el fervor, la investigación y la historia. Sobre todo con esa que se
pierde por falta de voluntad, por descuido e insensibilidad. Solo el
afán de quien confía en que el granero un día estará lleno y
guardará impresiones y testimonios favorecerá que no se pierdan las
esencias ni los personajes se queden en los baúles del olvido, tan
llenos en los pueblos donde ha toicado convivir.
Eso
se nota en este libro de Álvaro Hernández Díaz, prologado “a
ciegas” (pero de forma muy original y ecuánime) por su hijo, que
habla del hombre, mejor dicho, de la mano que mece la pluma, de ese
hombre de costumbres y rutinas, eso sí, “aderezadas por una
cursiosidad infinita” que nutre en poemas, relatos, crónicas,
humoradas y hasta alguna incursión teatral, además de los
documentos gráficos.Álvaro junior descubre a “una persona de
pasiones, a veces mal dosificadas. Un adicto al bolígrafo y la
tecla, casi como al buen comer. Y ahora que es “emigrante digital”,
¡no hay quien lo pare!”.
Fruto
de tal curiosidad, el autor evoca poéticamente a Lanzarote, “donde
Espinosa ya intuyera/ al camello andar como Charlot/ en cómica
comparsa sobre el surco”, isla donde quiere dejar constancia de su
amor; en tanto canta unas sentidas malagueñas a Nuestra Señora de
Los Remedios que despiertan la vena lírica con las coplas de pie
quebrado que dedica a La Perdoma. La espiritualidad. El peso del
pasado se nota también en los fragmentos de una conversación
mantenida en julio de 1972 con Marcos Hernández Hernández,
jornalero y combatiente forzado durante la guerra incivil española.
Nunca
habrá existido pero el escritor puede presumir de sus “tardes con
Aline Masson”, la chica transculturada que pululaba en El Socorro o
en El Guindaste, hasta que desapareció. La ¿realidad? y la
imaginación que no debe quebrar un final apto.
Y
así se suceden las páginas de Niágara...,
una
plétora de sentimientos entrelazados en distintos géneros y en una
escritura que parece desordenada pero acaba siendo amena porque un
ejercicio memorístico, bien enfocado y expuesto, siempre despierta
el interés de lectores que descubren una personalidad y un escritor
imaginativo del que aguardamos una nueva entrega.
Para
cuando ello se produzca, si se tercia, versos y prosas seguro que
estarán cayendo y desembocando desde otras cataratas de creatividad
literaria. Y no tardaremos tanto en saldar la deuda. Asegurado.
¡Enhorabuena
y suerte!
1 comentario:
mmuy bueno amigo jose carlos
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