La cuerda se está estirando hasta el límite. Llegará el momento en que el bloqueo o el colapso en las carreteras tinerfeñas será absoluto. No hay día sin queja de conductores ni usuarios, como tampoco lo hay sin noticias de atascos en determinados puntos, de kilómetros de cola, de choques aparatosos y de tardanzas desesperantes.
El problema es latente, sustanciado en
que han pasado años durante los que hemos contrastado que las carreteras siguen
siendo prácticamente las mismas mientras el parque automovilístico sigue
creciendo sin cesar, en tanto no han sido adoptadas –ni siquiera título
experimental- medidas complementarias que sirvieran para mitigar el problema y
aliviar la cada vez más pesada carga que significa un trastorno considerable de
comportamientos y hábitos. Es fácil deducir, cuando menos, una alteración de
ánimo de los conductores que sufren el atasco suyo de cada días o de los
usuarios del transporte público que han de aguantar estoicamente –incluso de
pie en desplazamientos de localidades del interior- desplazamientos que se
hacen interminables y frustran desde tomar un vuelo, asistir a un juicio, hacer
un examen, cumplir con una consulta o cita previa en el ámbito sanitario o
administrativo, enlazar con otra localidad, o simplemente, asistir al trabajo o
a una clase en el turno correspondiente.
Así las cosas, la paciencia está más que
agotada como para cree que esto es cuestión de creer que, incrustándola en el
debate político, puede haber atisbo de solución.
Pues no, esto no tiene solución, aunque
suene crudo, mientras los partidos políticos y sus representantes
institucionales no hagan tabla rasa y firmen un gran acuerdo sociopolítico que
incluya en la primera línea de sus programas de equipamientos o
infraestructuras viarias un propósito claro y claramente redactado de que
completar la red viaria es un objetivo irrenunciable y prioritario, al que hay
que dedicar todos los esfuerzos y todos los recursos que pongan fin a este
verdadero suplicio que es un desplazamiento por carreteras de Tenerife.
¿Dramático? ¿Drástico? ¿Radical? ¡Qué va!
A estas alturas, latente el problema, sin soluciones a corto plazo, conscientes
de lo que significa y entraña acometer un plan integral y afrontar su
desarrollo, habiéndose elevado hasta niveles máximos el desquiciamiento de
conductores y usuarios, no cabe mucha tibieza que digamos.
Lo que sí procede es racionalidad. Para
explicar a la ciudadanía, por ejemplo, que las soluciones para carreteras
(insuficiencia, dotación y hasta reparación) no se realizan en un año o dos, por muy deprisa que se vaya.
Tan solo, tengamos en cuenta cinco fases básicas: planificación, proyección,
tramitación y ejecución. Cuando el ciclo se complete (si no hay distracciones,
demoras, oportunismos políticos, colisión de intereses y circunstancias varias)
habrán transcurrido no menos de ocho años. De modo que no son descabellados
algunos pronósticos leídos recientemente y que sitúan en 2028 o 2029 el
horizonte de la hipotética solución.
Para entonces el parque automovilístico
seguirá creciendo y si no se adoptan medidas orientadas al uso y fortalecimiento del transporte público ni se
modifican algunos hábitos y regla sociales, mucho hay que temer que las
circunstancias de ahora mismo, finales de 2022, se agraven o se intensifiquen
para el horizonte antedicho.
La isla, norte y sur, tiene una carga que
se va haciendo insoportable. Y como la capital va a lo suyo, a sus problemas,
es normal y lógico que las dos franjas luchen con tal de pedir lo que entienden
que les resulta vital. Una pregunta, sencillamente: ¿podrá el sector o la
industria turística resistir que los visitantes deben ser advertidos de lo que
les podría suceder en un desplazamiento para tomar un avión que les transporte
hasta sus puntos de origen?
Esto no es dramatismo si se sigue
construyendo y aumenta el número de rutas guiadas y crece la flota de
vehículos de alquiler.
(Cuando escribíamos la entrada, se conoce
el acuerdo de que el pleno del Ayuntamiento de La Laguna rechaza la ejecución de la vía exterior, una variante de la TF-5, que va
desde Tacoronte a La Laguna, concebida para aligerar el tráfico rodado. Lo
dicho: es que no tenemos remedio).
La cuerda, al límite.
Pero llorar, al barranco.
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