En un principio, se llamó Federación Canaria de Municipios e Islas (Fecami) pero luego los Cabildos también hicieron un bloque institucional y emprendieron un camino institucional por separado. La Fecam, que así se llama desde entonces, nacía mediada la década de los setenta del pasado siglo, coincidiendo con el tercer mandato de los ayuntamientos democráticos y la segunda legislatura del Parlamento de Canarias. Los resultados electorales de entonces habían diversificado notablemente el poder político y se iniciaba una etapa de incertidumbre sin que se supiera a ciencia cierta qué iba a suceder tras las primeras alianzas que acarreaban una cultura de pactos prácticamente desconocida hasta entonces.
El municipalismo entendió pronto que era importante
aglutinarse en pos de una interlocución que habría de resultar decisiva para
revalorizar su papel político y hacer frente desde una posición unitaria a las
asignaturas que seguían pendientes y a los retos que se moldeaban para mejorar
su condición en las negociaciones presupuestarias, por ejemplo, el nuevo modelo
de integración en las estructuras comunitarias, su papel competencial en el
nuevo Estatuto de Autonomía y en las prestaciones que habría de hacer desde las
administraciones más próximas a la población.
Es en ese espacio donde surge el malogrado Juan
José Acosta de León, un economista joven forjado en las asociaciones vecinales,
quien concibió, a imagen y semejanza de la iniciativa catalana, la idea de
homogeneizar la acción de los ayuntamientos canarios. Su espíritu emprendedor,
su afán de abrir nuevos caminos y el nuevo impulso en el que se esmeró para
proporcionar más bríos y más capacidad para los consistorios, fueron decisivos
hasta para elaborar un nuevo discurso que habría de interesar a los ediles que
buscaban más recursos para la financiación de las entidades locales.
Y fue en el Puerto de la Cruz (antiguo hotel San
Felipe, hoy Bahía Príncipe) donde alumbró la nueva criatura, con dificultades,
limitaciones, los fantasmas del viejo pleito e incomprensiones varias, tal fue
así que el titular de una crónica de la reunión constituyente quedó registrado
así: “La Fecam nace coja y dividida”. Era Félix Real González alcalde portuense
y en esa asamblea resultó elegido primer presidente de la Federación. Y la
primera sede -o por lo menos, lugar de trabajo- fue una vieja dependencia municipal
de la calle Agustín de Bethencourt, que había acogido la oficina de los
desaparecidos festivales de la Canción del Atlántico y de Cine Ecológico y de
la Naturaleza.
Allí trabajó Acosta de forma incesante con tal de
que la Fecami, recién nacida, se abriera paso y contara con unos mínimos
recursos, dispusiera de unos estatutos de funcionamiento hasta hacerse con un
lugar en el espacio político-institucional canario.
No iba a ser fácil pero el proyecto ya había
cristalizado y la cuestión era persuadir a los municipalistas y trabajar de
forma tal que se apreciara su utilidad y su funcionamiento a las primeras de
cambio.
Han transcurrido treinta y cinco años desde
entonces. La renovación de las direcciones se ha hecho sin grandes convulsiones
y en procesos normalizados. Las suspicacias derivadas de los atavismos del
pleito empezaron a diluirse. La federación se dotó de sedes en ambas islas
capitalinas y paulatinamente fue ganando la credibilidad necesaria para
erigirse en interlocutora ante otras administraciones públicas. A lo largo de
estas más de tres décadas ha ido ocupando su lugar en el debate de los asuntos
que son de su competencia o la relacionan con otras cuestiones ante las que no
permanece indiferente. Es respetada por la Federación Española de Municipios y
Provincias (FEMP). No ha perdido ánimo reivindicativo, aunque su talante
negociador está más que probado. Los ayuntamientos, con la Fecam, se sienten
respaldados y saben hacia donde se dirigen cuando aún quedan por resolver
algunos planteamientos que les afectan.
Eso ya se advertía desde la gestación. Se han
cumplido treinta y cinco años.
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