La transición hacia una nueva presidencia en Brasil debía estar en marcha pero, a la hora en que escribimos, aún se sigue pendiente de lo que diga Bolsonaro. Que no ha reconocido su derrota, lo cual es inquietante. Sobre todo, porque muchos, muchísimos partidarios obran de forma tal que no parece dispuestos a admitir que hay dos millones de votos de diferencia. Malo si la derecha toma esto como norma, con el antecedente Trump. No hay dudas sobre la fractura social del país, luego actitudes como la del candidato derrotado complican enormemente la situación. La democracia tiene nuevas asignaturas que afrontar, entre ellas, rearmarse de modo que los resultados electorales sean aceptados y reconocidos siempre y cuando sean fruto de una noble y limpia lid. Pero ese es otro debate.
La realidad ahora es que la
victoria de Lula en Brasil terminó de conformar el nuevo mapa político
latinoamericano. La llamada “izquierda moderada” se ha hecho cargo del mando en
casi todo el continente. Ahora hay un nuevo panel de líderes, donde Lula,
Petro, Boric, Bukele y López Obrador son los referentes más destacados. Pero
sin duda alguna, Lula será el más relevante de todos ellos por dos principales
razones: dirige el país más grande y poderoso de América Latina y es el
político más experimentado de la región. La victoria de Lula era la ficha que
faltaba en el continente para marcar una nueva pauta política con alto poder de
decisión. Algunos dicen que América Latina se vistió de rojo, con lo cual
deberíamos inferir que Cuba ahora es líder absoluto en la región. Nada más
alejado de la realidad. Díaz Canel y Ortega serán unos parias dictatoriales en
la región, teniendo en cuenta que la mayoría absoluta de los gobiernos que
están surgiendo en América Latina está conformada por izquierdistas más
propensos a navegar en el mundo plural y democrático.
En el periódico venezolano elnacional.com,
que resiste frente a la trama chavomadurista, el comentarista Jesús Seguías
estima que “la llamada “nueva izquierda” o “izquierda democrática” viene a
llenar el vacío dejado por una camada de políticos envejecidos, atados a su
vieja zona de confort y que aún no entiende que el mundo cambió y que ellos
representan un obstáculo para el avance de sus pueblos”. En cierto modo, es
obvio: la alternativa izquierdista es una ilusión que también está atada al
pasado, solo que luce más fresca y promete soluciones mágicas ante una
población desesperada.
Seguías considera que “la nueva
izquierda promete la implantación del viejísimo “estado del bienestar” que tiene
atascada a Europa respecto a las demás naciones que lucen elevados niveles de
productividad. Es una izquierda que promete protección, soluciones y justicia
social pero que nunca dice “quién pagará la cuenta” de tanto proteccionismo”.
La conclusión es que la cuenta la termina pagando el sector productivo a través
de elevados impuestos, excesivos controles y confiscaciones cuyo desenlace
fatal es el estrangulamiento de la gallina de los huevos de oro. Se cita a
Venezuela como el ejemplo más crudo y dramático de esa experiencia fallida. Y
es que esta nueva ola “izquierdista” tiene ahora un liderazgo diferente al que
conducía Hugo Chávez durante la primera década de este siglo (y que Nicolas
Maduro no pudo ni supo preservar).
En fin, aguardemos a la reacción de
Bolsonaro. Que no se olvide de una cosa: la democracia está en juego.
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