lunes, 13 de noviembre de 2017

ADIÓS A LA SALA 'TIMANFAYA'

Resultará una obviedad aplastante pero hay que remarcarla: siempre duele que la cultura pierda un espacio, aunque sea mínimo. Es el caso del cierre de la sala 'Timanfaya', del Puerto de la Cruz, anunciado por su propia directora y arrendataria, Mónica Lorenzo, a partir del próximo 1 de enero.
Las redes sociales se han inundado de lamentos, denuncias y mensajes este fin de semana. La cruda realidad es que Mónica Lorenzo arroja la toalla porque hay unas obligaciones y unos gastos que no puede asumir más tiempo: seguro que ha hecho más de lo que ciertamente podía, enamorada del teatro y deseosa de que cualquier manifestación artística tuviera cabida en aquel recinto que empezó acogiendo proyecciones cinematográficas y luego, tras un primer cierre, actividades de diversos tipos, incluso políticas.
Apostó a sabiendas de que la ciudad no dispone de espacios adecuados, especialmente uno así, mediano, con aforo para doscientas personas y céntricamente ubicado. Aportó toda la ilusión que se precisa en una promotora para dar salida a la creatividad individual y al quehacer colectivo, tantas veces agotados precisamente por eso, por no disponer de lugares adecuados.
Hay que agradecerle a Mónica Lorenzo su iniciativa y sus ganas de hacer cosas con la palabra, la música, las canciones, los libros, los cuadros, el teatro y las artes audiovisuales. Suya no es la culpa, desde luego. Al revés, al conocerse la decisión del cierre, no han faltado los actos de contrición en las redes: si se ha llegado al punto final, es porque mucha gente dio la espalda a las actividades, creyó -acaso porque está mal acostumbrada- que la cultura es gratis y no ofreció, en la mayoría de los casos, una respuesta en consonancia. Claro que de poco sirve ya socializar las pérdidas.
Casi siete años ha durado el esfuerzo, prácticamente en solitario, a título particular o privado, con la única ayuda pública del Cabildo Insular de Tenerife. El Ayuntamiento está pero no se le espera. La impulsora y directora de sala, en una emotiva y realista carta de constatación de la fatalidad, asegura que intentó ahuyentar el derrotismo y se sobrepuso con compromiso, constancia, creatividad y ganas, pero no han sido suficientes. La carencias han podido más.
Y es una lástima porque este cierre viene a cernir sus sombras sobre un momento que ha hecho del Puerto de la Cruz una referencia de quehacer cultural muy llamativa, con una oferta atractiva, por variada y asequible. Sin embargo, no ha alcanzado para la sala 'Timanfaya'. Acaso lo ocurrido -salvo milagro postrero que lo impida- sirva para debatir y reflexionar a propósito del modelo de política cultural: si se puede desarrollar con escasos recursos humanos y materiales o si se opta por el concepto , es decir, orientado a las medianas y grandes concentraciones de público, trufándolas de tradiciones y recuperaciones etnográficas, para terminar estando pendientes del impacto que la convocatoria, globalmente considerada, genere en el tejido empresarial o comercial del municipio. A tener en cuenta, por supuesto, como sucediera en el pasado con usos y hábitos sociales, los cambios en las preferencias de la población, muy condicionada por las derivadas del universo digital y tecnológico. Cuando muchos creíamos que la cultura, la convencional y la innovadora, podía “humanizar”, podía devolvernos a esquemas con los que liberarnos, no retornando al pasado precisamente, pero sí atendiendo a manifestaciones que llenasen vacíos o desconexiones, ha resultado que ahora, al menos en el Puerto, se ve privada de una sala con la que nadie presumía pero a todos confortaba.
Bueno, todos: todos a los que una actividad cultural, aunque hubiera que pagar un precio módico, siempre atrajo; todos a los que gozarla o disfrutarla implicaba un descubrimiento o un sencillo rato de gozo; todos a los que, circunstancias al margen, les encendía el espíritu cognitivo o crítico.
Adiós a la sala 'Timanfaya'. Otra pérdida. Otra desazón. Ojalá no duren mucho...

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