Cuando
trascienden ciertos hechos o ciertas cosas es consecuente que nos
preguntemos, ¿pero en qué manos estamos? La publicación de los
mensajes contenidos en un chat interno de la policía local de Madrid
tiene que haber removido cimientos, no solo en el propio Ayuntamiento
capitalino, sino en todos los círculos y redes de ciudadanía donde
preocupan ciertas derivas que son difíciles de atajar y erradicar.
Las expresiones que se han conocido revelan un radicalismo tal y un
extremismo ideológico absolutamente impensable en una democracia que
suponíamos iba madurando y en un cuerpo de servicio público, en
donde, como en cualquier parte, gremio o colectivo profesional puede
haber de todo, decentes e indecentes, honestos y deshonestos,
valientes y temerosos, capaces y torpes, decididos y taimados; pero
en donde algunas conductas son inasumibles y solo merecen reprobación
y sanciones drásticas.
No
puede ser, en efecto, que policías de proximidad, aquellos que más
cercanos pueden estar, y en quienes mayor confianza se deposita para
salir de un trance, se manifiesten de la forma que lo han hecho estos
de Madrid, con un irrespeto mayúsculo hacia la alcaldesa, Manuela
Carmena, y con soflamas y dicterios que, además de revelar rasgos de
su personalidad y de sus convicciones, demuestran que ni son dignos
de vestir un uniforme ni están en condiciones de cumplir con su
cometido como puede esperarse.
Alabanzas
a Hitler, amenazas a migrantes, revelaciones de justicieros,
valoraciones adornadas de emoticonos tales como “el fascismo es
alegría”, apología del nazismo, confesiones de deseos insanos,
insultos a una alcaldesa legítima y constitucional... De todo esto
se puede leer en el chat policial. Es para asustarse, sin
exageraciones. Ni libertad de expresión ni agentes de carne y hueso:
los servidores públicos no pueden andarse con esas bravatas, con ese
lenguaje de matones que les degrada y deja a cero su credibilidad y
con esas anacrónicas e inapropiadas proclamas.
Es
consecuente que les hayan abierto expediente y que les hayan retirado
la placa y las armas a quienes han hablado sin pudor de “cacería
de guarros”, añorando hasta el humo de los campos de
concentración. Y hasta deificando a uno de los seres más
sangrientos que en el mundo han sido. Pero, ¿qué se habrán creído?
No tan lejanos son los tiempos en que los cuerpos policiales tenían
patente de corso. Por fortuna, aunque el costo haya sido alto, la
democracia comportó cambios sustanciales en el proceder y en la
mentalidad policial. Aún se recuerdan los esfuerzos de Juan José
Rosón y José Barrionuevo en ese sentido.
Por
eso, este episodio de la policía local de Madrid, ni puede pasar
inadvertido ni puede saldarse con una sanción. Aquí sí que cabe
hablar de lo que significan los impuestos de los contribuyentes para
retribuir a los servidores públicos. Aquí sí que puede hablarse de
responsabilidad máxima, entre quienes han acreditado no saber
conducirse, por mucha privacidad que ahora se esgrima. Los policías
podrán tener debilidades pero en el cumplimiento de su deber han de
ser conscientes de lo que supone cualquier manifestación indebida.
Los reglamentos internos son taxativos al respecto, de ahí que haya
que estar atentos a la responsabilidad jurídica en la que han
incurrido. Hay que cortar por lo sano. Sobre todo, por los
precedentes que pueda sentar la administración de justicia, incluso
en ciertos ámbitos mediáticos que tan familiares resultan a
algunos.
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