“Podemos
negar que nuestros ángeles existen. Convencernos de que no son
reales. Pero de todas formas aparecen. En lugares extraños. Gritarán
a través de demonios si es necesario. Retándonos, desafíándonos a
pelear”. En este extracto del guión de la película Sucker
Punch-Mundo surreal (2011),
dirigida por Zack Snyder, se condensa este penúltimo afán de
Celestino Mesa, acaso el culmen de su trayectoria artística, una
ilusión incesante, una ensoñación de ángeles que han
protagonizado sus sueños y sus pensamientos de los últimos tiempos.
Esta noche, inaugura en la sala Los Lavaderos, de la capital
tinerfeña.
Aquí están, ávidos de
trazos indómitos y de un peculiar cromatismo, frutos de otra fusión
vitalista impregnada de personalísimas interpretaciones de imágenes
y aprehensiones sensoriales que se plasman en las fuentes de las
experiencias cotidianas y los deseos insatisfechos. Mensajeros
poliformes, de facciones singulares y rasgos vigorosos, con alas o
sin ellas, el pintor nos acerca a una de las tesis del médico,
teólogo y filósofo judío Maimónides: “El ave, en su vuelo, se
hace a veces visible, y se retira a veces de nuestra vista;
aproxímese ahora, y aléjase luego, circunstancias que pueden ser
exactamente referidas a la idea de los ángeles... Esta perfección
imaginaria del vuelo no ha sido nunca atribuida a Dios por ser
exclusiva propiedad de los brutos. Pero el vuelo, a que tan
frecuentemente se alude en la Biblia, necesita, según lo que enseña
nuestra imaginación, que haya alas. Por eso se pone alas a los
ángeles, como símbolo expresivo de su existencia, no como nota de
su esencia verdadera”.
La ensoñación
angelical, sin necesidad de alas resplandecientes, va coronando la
obra de un artista que se ha sentido capaz de superarse y ha ido
sumando etapas que le catalogan como uno de los que nunca se resignó
y siempre aprendió en la búsqueda de su pensamiento pictórico.
Mesa imagina y traduce su figuración con la soltura de quien ansía
el perfeccionismo -también el colorista- como el éxtasis que se
resiste. Su pintura robustece cualquier exaltación emocional y
admirativa. Si el poeta, diplomático y académico mejicano, Hugo
Gutiérrez Vega, dijo que “los ángeles del otoño, con un dedo en
los labios, le ordenan a la vida que no te despierte”, el reflejo
de la desilusión o de la esclavitud, el hastío de sus criaturas,
algunas entre dos aguas y la invocación a la bendita inspiración
del propio autor -cuando, su enfado mismo- parecen haber recibido esa
orden que el pintor cumple a la perfección para que los espectadores
de su obra no se cansen de contemplar su sensibilidad artística y su
audacia pictórica. Para que nada falte, hasta hace que brindemos con
el fruto prohibido.
Este proceso de
elaboración onírica, en el que se entrecruzan, con todo respeto,
los motivos religiosos y las sugerencias eróticas, en el que el
dominio del color y de las tonalidades se hace evidente, sitúa a
Celestino Mesa en el culmen de su producción. Dormía mientras veía
conversar a los ángeles con las almas y por eso quiso darles vida.
Despertó y se puso en la tarea. Negó a Snyder: aparecieron. El
resultado, desde luego, es fecundo y admirable.
N. del A.- Texto publicado en el catálogo de la exposición titulada 'El ensueño de los ángeles cansados'.
1 comentario:
Gracias Salvador por estar ahi. Un abrazo.
Publicar un comentario