Corrían
los años ochenta cuando el grupo musical vigués, Golpes bajos,
hizo suyo el verso Malos
tiempos para la lírica, título
de un poema del poeta y dramaturgo alemán Bertold Brecht para
componer una de sus canciones más exitosas. La frase se emplea para
aludir a que cuando corren tiempos mercantilistas, el momento para
dedicarse a actividades de inspiración como puede ser la poesía o
la pintura, es el menos adecuado; inoportuno, vamos.
Si se nos permite
extrapolar, situando al margen si se quiere los afanes
mercantilistas, acontecimientos recientes, en vísperas de un nuevo
aniversario de aquel tosco episodio del 23-F, revelan que no son
buenos los tiempos para la libertad de expresión en nuestro país,
visto con recelo por amplios sectores sociales y desde el exterior
por organizaciones como Amnistía Internacional (AI). Habrá que
insistir nuevamente en que esa libertad es un pilar esencial en las
sociedades democráticas y un delito en aquellas donde se imponen el
totalitarismo y la tiranía. Habrá que remitirse otra vez a la
Declaración Universal de los Derechos Humanos (DD.HH.) y su tajante
disposición: “Todo individuo tiene derecho a la libertad de
opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado
a casa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y
opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por
cualquier medio de expresión”. Es libre, por tanto -y así se
recoge en las constituciones y en la normativa de numerosas naciones-
la emisión del pensamiento por cualquier medio de difusión, sin
censura previa.
Pero
la retirada de un friso de una manifestación artística de relieve
como es Arco,
en
Madrid; el secuestro judicial (¡el secuestro!) de un libro tras la
denuncia de un ex alcalde y la condena a prisión de un rapero por
parte del Tribunal Supremo tras apreciar injurias a la Corona,
enaltecimiento del terrorismo, amenazas y calumnias en las letras de
sus canciones, han hecho fruncir el ceño a más de uno, incluso a
los que, con criterio más permisivo e indolente, se toman estas
cosas -y más por pagos cercanos- con bastante pasotismo. A otros no:
dirán que ya está bien, que ya es hora de que la justicia tome
medidas ejemplares; pero claro, lo hacen sacando la vara selectiva de
sus preferencias, exonerando entonces a los que actuán impunemente
con ademanes y métodos matonescos, mientras se alegran de que
artistas y creadores sean condenados, a veces hasta con penas de
privación de libertad.
Mucho
cuidado con estas cosas porque son fundamentales para la salud de la
democracia. Mucha atención porque la libertad de expresión es el
derecho que sustenta todos los demás derechos y porque desde fuera
nos miran con lupa escrutadora: ya van unas cuantas sanciones desde
la Unión Europea y hasta el mismísimo The
New York Times ha
editorializado sobre el particular: “Sea por ley o por la
intimidación, España se ha convertido en un país donde los riesgos
para la libertad de expresión han crecido en los últimos años”.
El prestigioso diario señala la Ley orgánica de protección
ciudadana, popularmente conocida como 'Ley mordaza', como núcleo de
actuaciones represivas y restrictivas de libertades.
No es cuestión,
por tanto, de retroceder en esta materia, eje de debates y
posiciones editoriales de estos días. La panacea no es endurecer el
Código Penal. Causa pavor volver a prácticas oscurantistas, a
autoritarismos abusivos y a restricciones que dan idea de una
democracia pedestre y de una cierta inseguridad jurídica. Más
civismo, más pedagogía, más cultura y más responsabilidad: esas
son las claves de una convivencia sana, plural y cualificada, donde
el abrazo entre el respeto y la intolerancia sea una señal de
distinción, mejor dicho, de avance social, de mejores tiempos.
Insistamos: sin libertad de expresión, no hay democracia.
1 comentario:
Solo cambiando la dinámica política será posible reconducir este desaguisado, y la cosa debe ir por ganar unas elecciones al PP, la cosa es quien...no veo oposición, veo postureo, mal lo veo.
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