La
estampa es tan inusual que resulta merecedora de comentario. Es más,
seguro que aún quedan muchas y valiosas imágenes del Campeonato
Mundial de Fútbol que ilustrarán su historia y producirán los
correspondientes impactos. Pero la que nos ocupa, al margen incluso
del hecho deportivo, tiene los reclamos suficientes para dotarla de
una singularidad desacostumbrada.
Acostumbrados
aquí, de unos años a esta parte, a operativos de limpieza
ejecutados al término de grandes concentraciones lúdicas o
festeras, con operarios y maquinaria al cierre de desfiles y cosos,
dejando limpias y aseadas las vías y aceras que cientos, miles de
personas, apenas unas horas antes habían llenado de todo tipo de
residuos y desechos -sin que faltasen ediles o responsables públicos
atentos para la foto, posiblemente preavisada-, encontrar a
aficionados de dos equipos nacionales de fútbol recogiendo en las
escalinatas y en los graderíos, al final del partido, los restos de
sus utensilios de ánimo y de sus consumiciones, es toda una
novedad, acreedora, como decimos, de un mención plausible.
Ocurrió
en Rusia. En medio de la vorágine futbolística, aficionados de
Japón y Senegal, muchos con los colores de sus banderas o de sus
uniformes deportivos, se dedicaron a recorrer las escalinatas, las
gradas y las filas de butacas ya despobladas, recogiendo los restos,
lo inservible: limpiando, en un gerundio. Ese día, los servicios de
limpieza de los estadios respectivos se habrán sentido agradecidos.
No solo porque sus tareas se vieron notablemente reducidas sino
porque seguramente es la primera vez que habrán visto un público -o
una parte de él- tan educada, tan generosa y tan responsable. Seguro
que el precio de la entrada no comportaba tales trabajos, razón de
más para agregar valor a la acción de los aficionados. No todos los
que van a un espectáculo futbolístico actúan como a menudo suelen
hacerlo: procurando broncas, enfrentamientos y hasta lanzando
objetos, con evidente peligrosidad para terceros, igual los propios
jugadores y equipos arbitrales.
Un
diez, entonces, para los aficionados de Japón y Senegal. Igual no
extraña que los nipones actuaran así, tan solidarios y tan
disciplinados ellos, incluso en situaciones adversas. Puede que lo
contrario de los africanos, más espontáneos, más improvisadores y
menos rígidos. Pero festejaron -su selección también había
ganado- con baile y todo, mientras recogían los residuos.
Menuda
lección. El Mundial ruso, pase lo que pase, también será recordado
por este hecho, independientemente de que se repita o no. Una lección
que debía inspirar alguna norma de obligado cumplimiento, como por
ejemplo, obligar a los seguidores que sean culpables de conductas
antideportivas e incorrectas a efectuar este tipo de tareas. ¿No les
parece? Claro que entonces, igual la estampa que ponderamos perdería
frescura y valor ejemplarizante.
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