Desde el pasado domingo, hay un barco detenido en el Mar
Mediterráneo, el Aquarius. A bordo,
seiscientas veintinueve personas rescatadas en las dos fechas anteriores. Las
autoridades de Italia decidieron transferir al buque humanitario, gestionado
por Médicos sin Fronteras y SOS
Mediterranée, a una parte de los migrantes (unos quinientos) al tiempo que
negaban autorización para el desembarque en puertos de aquel país. El fantasma
del Exodus planeaba de nuevo.
La decisión del ejecutivo italiano causa, cuando menos,
desazón. Vaya impacto. El director general de la Organización Internacional
para las Migraciones (OIM), William Lacy Swing, fue tajante: “Temo una gran
tragedia si los países dejan de aceptar a los migrantes rescatados”. La magnitud
de esa tragedia, desde luego, sería extraordinaria. Pensemos, simplemente, en
que desde el 1 de enero pasado, según la
propia OIM, ya son setecientas noventa y dos personas las fallecidas en el
Mediterráneo, soporte de original creatividad publicitaria por un lado pero
también escenario de un drama incesante con alto costo de vidas humanas.
El Gobierno español ofreció un puerto del país para acoger a
quienes viajan a bordo del Aquarius. En
esas están, pendientes de materializar la voluntad, con una operación que no es
sencilla. Dirigentes de varias comunidades autónomas han manifestado su
predisposición para cumplir con aquel manifiesto suscrito en 2016 en el que
pedían cambios en las políticas de acogida.
La crisis de los migrantes y de los refugiados en el ámbito
de la Unión Europea (UE) está tocando fondo. El riesgo de su agravamiento es
evidente, máxime con gobiernos como el italiano que opta por cortar de cuajo en
vez de aportar racionalidad. Es una cuestión de ética y de mínima solidaridad.
En pocas palabras: de respeto y aprecio por las vidas humanas.
A la espera de soluciones, eficaces y estables, confiemos en
que dejen entrar la luz del sol en el barco. Los versos de aquella composición
interpretadas por The Fifth Dimension en
la comedia musical Hair resultan muy
apropiados. Y aunque no sean buenos tiempos para la lírica, reproducimos la
estrofa final:
“…Tenéis que abrir vuestro corazón y dejar que
brille dentro.
Y cuando sintáis que habéis sido maltratados
y
vuestros amigos os rechacen,
simplemente abrid vuestro corazón
y haced
que brille dentro”.
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