Formas y vértigo. Días de acontecimientos que se suceden sin
apenas tiempo para digerirlos. Y con estrecheces para encontrar acomodo en el
almacén de la memoria. Cierto que se abren debates, especialmente en redes,
pero entre radicalismos, descalificaciones, intolerancias e interpretaciones
dispares, se evaporan sin mucha productividad. O no son esclarecedores, vaya.
Pero se pone de relieve que las formas, en política, y en
todos los órdenes, recobran importancia. Se dirá que siempre la tuvieron pero
no, por múltiples factores, la degradaron y la arrinconaron. Manejar los
tiempos es primordial y hay expertos en hacerlo; pero cuando hay hechos
sobrevenidos, olvidos, saltos y omisiones, se pierden las formas y queda una
estela desagradable.
Y encima, el ritmo. Un exagerado diría: a velocidad
supersónica. Casi sin tiempo a discernir. Empiezan a quedar lejos las épocas en
que primaba la frase ‘deja eso para mañana’. El caso es que se producen los
hechos y se van solapando. Pero hay que tomar decisiones. Que pueden estar
condicionadas por antecedentes. Y entonces es cuando debería hacer acto de
aparición la coherencia. Que ahorra muchas complicaciones, por cierto, sobre
todo cuando se quiere impedir que se alargue la sombra de la sospecha y la agonía
de quien se sabe acosado.
Difícil concretarlo, si racha o moda, que, por tanto,
terminan desvaneciéndose, pero los
indicios de que, ahora sí, hay una nueva política y un modo distinto de
comportarse y hasta de conducirse, están a primera vista.
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