Es
saludable, sí, que el Partido Popular (PP) afronte un proceso de
renovación o modernización que, primero, lo saque del sindiós en
que se encuentra (desde aquel tamayazo que
hay que situar como pecado original) para luego dejarlo -ya con menos
cargas, se supone- en un campo de actuación política donde se
desenvolvería intentando avanzar para configurarse como una derecha
o una formación conservadora capaz de aglutinar ese espacio natural
de la sociedad española, liberándose de sambenitos y estigmas que
han condicionado su trayectoria.
No será fácil, desde
luego, pero si a los partidos que han ejercido el poder se les
recomienda, al cabo de un tiempo, un paso por la oposición donde
purgar errores y pecados de poder y renovar caras, ideas, discursos y
estrategias, esta oportunidad no viene nada mal a una organización
afectada por numerosos casos de corrupción política que han ido
mermando su capacidad de aguante y su propia credibilidad.
Hay que empezar, por
tanto, a ver con normalidad que haya militantes y cargos en busca de
una presidencia orgánica. Aquí puede que haya llamado la atención
el número, pero en esa carrera, salvo liderazgos unipersonales
indiscutibles -cada vez menos deseables, aunque a las derechas
tradicionalmente les gusten- es positivo que haya una participación
plural. Que los aspirantes expongan, hablen y revelen su modelo de
democracia interna. Para que los militantes escuchen, valoren,
decidan... y luego, además de respetar los resultados, tengan
fundamentos para exigir responsabilidades o renovar la confianza
otorgada.
Cierto que es una
experiencia casi totalmente nueva en el PP, pero tenía que llegar el
momento. Primarias en el partido conservador: ¡quién lo iba a
decir! Eso es bueno para la democracia, para el sistema... y para el
propio PP. Porque los partidos políticos maduran a base de
decisiones trascendentes y esta es una de ellas: nada mejor que las
conciban y las escriban los propios militantes, para elevar su
compromiso, para hacerse auténticos corresponsables del paso que
dan.
A
las pruebas democráticas -esta es una de ellas-, si están bien
dispuestas y controladas, si están amparadas por respetables
soportes estatutarios, no hay que temer. Esta catarsis del PP tiene
mucho de querer superar los inmovilismos o el anquilosamiento que
ciertos convencionalismos y cierta cultura orgánica favorecieron,
posiblemente propiciando ese marco de juego. Ahora las cosas cambian
y las imperfecciones que se adviertan deben servir para corregir y
hacer que funcionen mejor los mecanismos que la propia organización
se ha dado. Aunque, al final, casi todo se reduzca -como en otros
partidos- a controlar y gestionar a conveniencia el censo de
afiliación.
Sin olvidar que aún
quedan pendientes resoluciones judiciales que, independientemente de
su contenido, condenatorio o absolutorio, podrán al desnudo una
etapa negra y turbia que contribuyó a la necesidad de una
regeneración que comienza, precisamente, con este proceso del que
hablamos.
Puede pasar cualquier
cosa, es verdad. En más de una ocasión hemos dicho que en la
derecha todos se saben lo de todos y cuando se quita la chapa puede
brotar lo más inesperado. Y porque el fuego amigo no se anda con
distingos cuando se abre, tal como hemos comprobado recientemente.
Puede ocurrir que hasta cambien las siglas, en un intento de enterrar
ese pasado tan agitado y tan doliente. Ya veremos si la refundación
tiene esa orientación.
De momento, saben en
el PP que se mueven en un escenario novedoso y en un paisaje donde,
antes que revolverse no importa cómo para recuperar el poder,
interesa -y mucho- andar con pasos firmes, seguros y persuasivos.
Recordemos aquella dulce derrota de Felipe González y del PSOE. Por
no darlos, miren lo que ocurrió.
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