Una
semana antes de que el pleno del Congreso tratase la moción de
censura a Mariano Rajoy -por lo tanto, no solo entre muchos
desconocedores de su suerte sino más bien sumidos en el escéptico
proceso de que prosperase- un titular de prensa era revelador: “El
PSOE, en la lucha por ser alternativa”. Pocos días después de la
votación y de la constitución del nuevo Gobierno, la vigencia del
titular se acentúa, aún mediando tales acontecimientos. Si antes de
la censura antecedía a una visión pesimista, tan solo un año
después de las elecciones primarias, centrada en el estancamiento de
los socialistas en los sondeos de opinión y en sus afanes para no
acabar en la irrelevancia -con la sombra de lo ocurrido en Francia
aún planeando-, ahora, tras el triunfo de Pedro Sánchez -acompañado
de un normal funcionamiento institucional del traspaso de poderes,
pese la frustración rabiosa de quienes no supieron o no pudieron
contenerla- y de la inusitada aceptación -incluso de cierto sector
mediático- de su por ahora flamante ejecutivo, el mensaje de aquel
titular, la alternativa que solo se amasa con un discurso, una
estrategia, una acción palpable y coordinada y una comunicación
eficaz y bien sembrada, aquel mensaje, decíamos, es todo un reto
cuya superación dependerá, entre otras cosas, de la propia
capacidad de la organización para mantenerse vertebrada y
cohesionada.
Lo
que cambia el panorama, es cierto. Hasta las encuestas. El PSOE
vuelve a ganar en algunas después de años y años de retrocesos
continuados. En concreto, una tan poco sospechosa, como la de ABC
de este fin de semana que lo
coloca como primera opción, con casi el 29 % de intención de voto,
traducido en unos 118 escaños.
Pero
ya es conocida la relatividad de las consultas demoscópicas. Y por
tanto, deben ser otros los objetivos sobre los que fraguar la
alternativa. Es natural que el 'efecto Sánchez' haya impulsado los
resortes del cambio político y de la esperanza de muchos agentes
sociales que veían cómo pasaba el tiempo sin que se abrieran muchas
expectativas a sus demandas. Habría que comprobar ahora hasta cuándo
o hasta dónde dura ese 'efecto', a sabiendas de que no son chistes
fáciles los asuntos que aguardan para encontrar una salida o una
solución. La política de gestos -necesaria, desde luego- también
tiene su final. La de hechos es la que se contrasta y la que
convence, la que alimenta confianza y hace ganar respaldos, crédito
y compromisos. Tal como están las cosas, curiosamente, este Gobierno
no solo está concebido para gobernar sino para ganar las próximas
convocatorias electorales. A ver cómo se ensamblan, que esa es otra.
El secretario
general del PSOE debe ser consciente, además de las dificultades
derivadas de la minoría parlamentaria, de que ha de manejar los
tiempos como posiblemente nunca antes estos habrían exigido. Esa
opinión, cada vez más extendida, de que ha madurado y que se ha
curtido en los reveses, es sometida ahora a la prueba de una gestión
con la que superar el estancamiento. La prueba tiene su soporte en la
unidad de la organización, de acuerdo; pero también en la capacidad
para innovar y hacer valer las ideas que tanto cuesta parir a la
socialdemocracia. Este sería un ejercicio solamente fructífero si
los poderes territoriales actúan consecuentemente. A su favor, a
diferencia de otras opciones que podrían seguir menoscabando su
electorado, una implantación considerable.
Y un liderazgo
llamado a seguir creciendo. Para fortalecer la alternativa.
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