El
presidente de la Asociación de Periodistas de Investigación,
Antonio Rubio, de reciente estancia en las islas, donde atendió una
invitación del Consejo Escolar de Canarias para explicar el alcance
de la penetración del periodismo en las aulas, afirmó que el gran
déficit que encuentra en el alumnado es la lectura. Siendo una
cuestión fundamental, como él mismo señala, que los alumnos no
lean la hace aún más complicada.
El
mensaje de Rubio era tan contundente como ilustrativo: “Si
no lees, no sabes escribir; si no sabes escribir, no sabes hablar; y
si no sabes hablar, no sabes comunicar. La principal función del
periodista es saber escribir y saber comunicar. Da pena encontrar, no
solo en los textos de los alumnos, sino en los de muchos medios, que
la estructura narrativa no existe. Yo confieso que empiezo a leer
cada día menos periódicos y lo que hago es leer a determinados
periodistas. Y leo más libros que periódicos”.
¿Cabe
extrañar entonces que, independientemente de las connotaciones
manipuladoras o sesgadas de los partidos y de los políticos, y de la
cultura política limitada que caracteriza a amplios sectores de la
sociedad española, se esté produciendo una reacción desconcertante
y destemplada a raíz de la censura aprobada en el Congreso de los
Diputados que convirtió a Pedro Sánchez en el presidente del
Gobierno de España? No: si a la carencia de hábitos de lectura se
unen la desinformación y la desafección de la política en general,
por múltiples razones, nos encontramos con un preocupante panorama
que condiciona, cuando menos, la madurez de la democracia.
Porque
se puede desconocer la mecánica y los pasos de una moción de
censura. Pero cuesta aceptar que, a estas alturas, no se sepa que es
una fórmula consolidada en las democracias occidentales mediante la
cual se puede acceder, en este caso, a un Gobierno, de manera que, en
plena tramitación, abundaron quejas y criterios para reclamar
elecciones cuanto antes y reprobar la senda seguida con tal de
producir un cambio de timonel y tripulación en el ejercicio del
poder político.
Por
lo tanto, o leemos más o se corre el riesgo de ser uno más en la
sociedad desinformada que traga lo que le echen, no solo bulos o
noticias falsas, sino bodrios radiofónicos y televisivos carentes
del mínimo rigor y de valor comunicativo y con insultos y
descalificaciones como ingredientes principales de sus contenidos.
Leer para escribir, para hablar y para comunicar, siguiendo el
itinerario condensado de Rubio cuya propuesta, respaldada por la
Federación de Asociaciones de la Prensa de España (FAPE), de crear
una asignatura sobre medios de comunicación gana cada vez más
adeptos.
“Planteo
-dijo-
que
es muy importante que el concepto de los medios de comunicación
entren en la escuela. Los medios de comunicación, las redes e
internet nos están invadiendo de tal manera que no estamos
reflexionando sobre absolutamente nada. Intentémoslo entre todos y
enseñémosles a los alumnos qué es un medio de comunicación y qué
es una noticia”.
De
esa manera, habría una ciudadanía mejor informada y más juiciosa a
la hora de tomar decisiones. Leer más, desde temprana edad, para
saber seleccionar las lecturas y saber distinguir las fuentes.
Ciudadanos, en fin, más críticos y mejor formados.
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