En
San Juan de La Rambla, norte de Tenerife, han erigido un monumento en
memoria de los zapateros. Y han rendido tributo a quienes ejercieron
la profesión en las primeras décadas del pasado siglo hasta
sustentar una referencia de la productividad económica del
municipio. Fue, en efecto, un oficio respetado y muy bien considerado
en otras localidades. Hasta lo consagró poéticamente el inmenso
Pedro García Cabrera: “Me fui a San Juan de la Rambla para hacerme
a la medida unos zapatos a prueba de malpaíses y ortigas”.
Más
de veinte profesionales repartidos por el pequeño pueblo:, según
han contabilizado y transmitido hijos, nietos y allegados: zapatos de
La Rambla, lonas de La Rambla, arreglados en La Rambla, las suelas
son de La Rambla. “La villa de los zapateros”, definió la
alcaldesa, Fidela Velázquez, cuando le tocó glosar en el acto de
descubrimiento del monumento el significado y la contribución de
quienes hicieron del oficio un medio de vida. La escultura es
original de Moisés Afonso y ha sido emplazada en la calle Estrecha,
del casco ramblero: representa dos botas en acero cortén sobre un
gran bloque de piedra, con los primeros versos del poeta gomero. La
iniciativa del Ayuntamiento y de la asociación cultural 'Martín
Rodríguez' perpetúa ya la figura del zapatero, desaparecida con el
paso de los años, pese a su resistencia, tal como ya comentamos
cuando tocó ponderar al portuense. No hubo transmisión
generacional: el progreso, la facilidad para adquirir, la
competencia, el turismo en vez de la agricultura, otros usos
comerciales y la multiplicidad, tanto de oferta como de variables,
fueron minando una noble tarea que hasta tenía su propia jornada de
descanso: el célebre 'lunes de zapatero'.
Está
bien que se reconozca una labor y que quede huella., nunca mejor
dicho.Vemos pasar la vida tan deprisa que cuando desaparece uno de
los elementos que la caracteriza ni siquiera le concedemos
importancia. Adiós y sanseacabó. Después llega la fase de
nostalgia, de remembranzas, de anécdotas y hasta de evocaciones que
siempre parecen mínimas en el enorme contexto. No se trata de
prolongar nada, o algo, que de antemano se acepta que parece
condenada a fenecer.
De
ahí que el monumento ramblero sea un acto de justicia y forme parte
ya del patrimonio urbano, distinguiendo un noble oficio, simbolizando
un digno quehacer que trascendió los límites del municipio. Toda la
razón del poeta: los malpaíses y las ortigas supieron del esmero
con que los zapateros de La Rambla, en épocas difíciles,
fabricaron su propio calzado o repararon el que procedía de otras
latitudes. Las zapaterías de los pueblos, como las barberías,
fueron, además, lugares de suministro e intercambio de información
y hasta de tertulias, algunas de las cuales se hicieron muy populares
en diferentes horarios, según las costumbres del lugar.
Allí
trabajaron mientras escuchaban la radio -quien dispusiera- o
aguantaban estoicamente el testimonio de quienes no encontraban mejor
sitio para expresar sus ideas o sus informaciones. Los zapateros de
San Juan de la Rambla tienen ya su monumento: puede que los
visitantes se extrañen y pregunten. Es lo bueno: sobre todo, cuando
les expliquen el significado y la aportación. Por algo se llama la
“villa de los zapateros”.
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