Resulta
que hablaron de revolución, término siempre discutible en el
lenguaje publicitario (sobre todo si los efectos pretendidos no son
los visibles), pero en realidad lo que han hecho ha sido agitar el
malestar, el que ya existía con esos tapones en las carreteras del
norte y del sur que crispan a conductores y maltratan a pasajeros,
nativos y visitantes.
Hablaron
de revolución en el transporte terrestre colectivo pero en los
primeros días la cosa parece más bien caótica. Como toda
innovación, se requiere un tiempo para amoldarse y adaptarse y ese
margen hay que concederlo, a la espera de que los hábitos puedan
consolidarse, pero los usuarios no están contentos, siguen
preguntando antes de subir, hacen señas a los conductores cuando la
guagua se aproxima, sufren incomodidades como ir de pie y se miran
desconcertados.
En
realidad, lo que ha hecho TITSA es una suerte de sinergia, basada en
el aprovechamiento de las paradas existentes, da igual las vías de
circulación que las frecuencias horarias. Es como decir,
aprovechando que pasa por Santa Úrsula, parada obligada.
Pero
el sistema ocasiona algunos perjuicios para puntos de partida: o
desaparecen líneas consideradas directas, sin paradas o con las
justas en el término municipal, o las alternativas, basadas en la
frecuencia, son insuficientes. Ya nos referimos días pasados a la
protesta de algunos alcaldes que, como no puede ser de otra forma, se
ponen al lado de las demandas de sus vecinos. Ciudades como el Puerto
de la Cruz salen perjudicadas, evidentemente. Creemos innecesario
insistir en su condición de destino turístico y en su aportación
al Producto Interior Bruto (PIB), así como en el elevado número de
ciudadanos locales que se desplazan hasta Santa Cruz para cometidos
estudiantiles, profesionales, funcionariales o de atención
sociosanitaria. El Puerto tiene entidad suficiente como para merecer
tener la mejor comunicación pública con la capital de la provincia.
Aún recordamos cuando en los años sesenta ya funcionaba el
“Expreso”, el microbús de nueve/diez plazas que eran reservadas
desde el día anterior y que salía puntualmente a las y cuarto y
menos cuarto, atravesando La Laguna y subiendo por Las Arenas. La
oferta, con nuevas unidades de mayor capacidad, se mantuvo durante
décadas. Hasta la 103, hasta la pretendida revolución que ha
acabado con esa línea. Pero, por ahora, escasa o nula
reivindicación.
En
fin, los que desde hace años somos usuarios del transporte público
interurbano sabemos lo que es el tiempo, tanto que algunos lo
aprovechan para trabajar o resolver algunas cosas vía celular o
portátil. Por lo que se deduce de las experiencias de estas primeras
fechas de reordenación, al menos en el norte, van a disponer de más
tiempo. Pero el que se computa para llegar desde el Puerto a Santa
Cruz y viceversa es cada vez más largo: a los atascos, sumemos las
paradas en pueblos y, sobre todo, en La Laguna. Por poner un ejemplo:
el lunes, saliendo a las ocho de mañana, llegada al intercambiador a
las nueve y media. Hora y media para cuarenta kilómetros.
Hagánselo
mirar: la reordenación, visto lo visto, merece una revisada. Las
revoluciones, para otros campos.
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