En
el primer mandato de los ayuntamientos democráticos (1979-83) hubo
ayuntamientos que se esforzaron en asumir competencias creando
incluso servicios de los que se tenía muy poca o ninguna
experiencia. ¿Cómo lo vamos a hacer?, se preguntaban los nuevos
munícipes. ¿Cómo lo van a hacer?, cuestionaban los ediles que se
habían quedado en la oposición o aún discutían las expectativas
abiertas con el nuevo régimen político.
El
caso es que se avecinaban nuevos tiempos, había que incursionar en
un nuevo modo de funcionar en la administración local y había que
dar respuestas a problemas ya enquistados en la sociedad y que
necesitaban de algo más que voluntarismo para resolverlos. Ahí es
donde, paulatinamente, fueron surgiendo estructuras, redes y
profesionales desde las que fue posible ir trabajando sobre bases que
costaría consolidar pero que ya tenían los fundamentos para labrar
políticas públicas en las que se podría confiar.
Entonces,
cruzado el ecuador de aquel mandato, ya se hablaba de servicios
municipales de atención a las drogodependencias, a las toxicomanías
o a la marginalidad. Los afectados y las familias empezaron a no
sentirse tan solos. Los concejales de esas áreas comenzaron a
curtirse, conscientes de que había mucho que aprender, buscar
incesantemente recursos y practicar solidaridad. Fue una época
motivadora, esperanzadora, rica en ganas y proclive a perfeccionarse
mediante la suscripción de convenios, la implicación de agentes
sociales, la consecución de nuevas dotaciones, el diseño y
ejecución de programas preventivos y hasta la redistribución
competencial con la concurrencia de las comunidades autónomas.
Mucho
mérito tienen, desde luego, las corporaciones locales de entonces
que, con poco, hicieron mucho. Lo más importante: abrieron caminos
para afrontar el alcance de aquellas situaciones que, en numerosos
núcleos y en muchas ciudades, resultaban graves o muy graves.
Que
todo aquello se haya consolidado y tenga continuidad es para tener
cierta tranquilidad. Cierto que existen problemas y deficiencias
latentes pero, al menos, hay lugares y recursos humanos a los que
consultar con tal de recibir una atención y las terapias para
intentar reconducir las situaciones.
Por
eso, que la Federación Española de Municipios y Provincias (FEMP) y
la Delegación del Gobierno para el Plan Nacional sobre Drogas hayan
renovado recientemente el convenio de colaboración para la cobertura
de actuaciones destinadas a la prevención y reducción de
drogodependencias y otras adicciones desde el ámbito local, es
gratificante. Se trata de implantar y desarrollar programas de
calidad en los municipios en estas materias. La acción se extiende
al ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social para luchar
activamente contra el tráfico y consumo de drogas y para representar
a los gobiernos locales en aquellos organismos que han hecho de la
prevención y atención integral a las adicciones su razón de ser.
El
convenio incluye tareas como la difusión del Catálogo de Buenas
Prácticas de Drogodependencias en el ámbito local; el impulso del
Programa Nacional de Servicio Responsable, destinado a prevenir el
consumo de drogas en los entornos de ocio nocturno; y el apoyo al
portal de buenas prácticas en reducción de la demanda de drogas y
otras adicciones.
En
fin, que los ayuntamientos tienen un campo donde desarrollar un
trabajo interesante y productivo. Solo han de acreditar voluntad
política y ganas de profundizar, antes que resignación o rutinas de
funcionamiento.
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