Empieza
a ser digerido el suceso político de Andalucía, superadas las
primeras sacudidas. Siquiera para descubrir las paradojas.
La
tentación del poder vive arriba y la coyuntura de acceder no va a
ser desaprovechada por quienes tenían el mismo objetivo, bien
esgrimido por lo prolongado en el tiempo del ejercicio.
Se
suceden algunas protestas ciudadanas, en la que es posible que hayan
engrosado unos cuantos abstencionistas. A buenas horas. Además,
manifestarse en contra de resultados limpios en las urnas, no es muy
lógico que digamos.
Lo
que son las cosas: con los peores registros en su historia, el
candidato del Partido Popular puede ser presidente de la Junta.
Ciudadanos
tiene la llave y el tablero de ajedrez que se juega desde la noche
del domingo cada movimiento que haga será determinante. Curioso que
en Catalunya, habiendo ganado, no diera un solo paso para concertar
fórmulas de gobernabilidad y en Andalucía -bien es verdad que
habiendo aumentado votos y escaños- se lanza hasta por la
presidencia, siendo terceros.
Un
PSOE perjudicado por la abstención la desmovilización de los
progresistas ha sido épica- y porque la derecha catalana
independentista juega a favor de la derecha española hace mal, muy
mal, si responsabiliza a una sola persona del tremendo revés,
metiéndose en una espiral de luchas intestinas de imprevisible final
cuando en el horizonte se divisan comicios de todo tipo. A los
perjuicios señalados, hay que añadir los errores propios, aunque
paradójicamente, en la campaña y en los debates, Susana Díaz no
solo se paseó sino que fue la única que habló de programa y de
propuestas. Ahora es cuando un partido con sólida experiencia
institucional tiene que acreditar su madurez.
Los
extremos no se tocan, evidentemente. Por la izquierda, ahora con
Andalucía Adelante, solo les anima sobrepasar al PSOE y, si es
posible, eliminarlo de la liza. Así las cosas, ya van dos citas
electorales consecutivas cuyos resultados evidencian una estrategia
equivocada. El relato de Iglesias en la noche electoral fue penoso.
En el otro extremo, rienda suelta a la euforia: tan solo veinticuatro
horas después, cuando los consumidores de información más curiosos
se acercaron al contenido de un programa que no era programa y
conocieron más detalles de la trayectoria de su candidato a la
presidencia, empezaron a llevarse las manos a la cabeza. Y encima hay
que leer o escuchar: la ultraderecha ha venido para quedarse. O que
es un partido transversal justo el que pretende suprimir el modelo
autonómico y la institucionalidad. Primero, riendo las supuestas
“gracias”de un grupúsculo. Y luego, sembrando en los cada vez
más numerosos y amplios surcos del descontento y la desafección, lo
cierto es que irrumpe con doce escaños. Y a sus posibles socios no
les hace ascos. Será interesante ver cómo éstos despliegan los
alfiles sobre el tablero. ¿En qué estará pensando Felipe González
cuando afirma que no hay que demonizar a la ultraderecha rampante?
Parece mentira. ¿Qué más tiene que pasar para entender que con esa
formación no se puede jugar? Solo baste con mirar a Francia o
Alemania.
Será
una partida interesante que empieza, por cierto, cuando se constituya
la Mesa del Parlamento, allá en víspera de los Santos Inocentes.
¿Quedarán inocentes en esta Andalucía de sorprendentes resultados
electorales?
Por si alguien responde afirmativamente: olvídense de encuestas, debates o soportes varios. La clave ahora -y en el futuro- está en el manejo de las redes sociales.
Por si alguien responde afirmativamente: olvídense de encuestas, debates o soportes varios. La clave ahora -y en el futuro- está en el manejo de las redes sociales.
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