Se
estrenaba uno en información política cuando Adolfo Suárez,
presidente del Gobierno de España, hacía un viaje relámpago a
Canarias, en la segunda mitad de la década de los setenta. Hasta La
Gomera nos fuimos -creemos recordar que aún operaba el Benchijigüa-
para contrastar lo que era un desplazamiento con prisas, unas medidas
de seguridad fuera de lo común, la búsqueda -ingeniosa- de recursos
para transmitir la información, las primeras y tímidas
reivindicaciones de los gomeros y la cercanía de un político al que
la Historia de España tenía reservado un lugar sobresaliente.
A
su lado estuvo en todo momento Luis Mardones Sevilla, entonces
gobernador civil de la provincia de Santa Cruz de Tenerife, cargo
desde el que afrontó la indignación popular por la muerte en el
exterior del paraninfo universitario del estudiante Javier Fernández
Quesada, en diciembre de 1977. Desde el parador nacional recién
inaugurado, donde nos alojamos, vimos a Mardones dirigir el operativo
y ultimar los detalles. Hasta atender a los enviados especiales,
entre quienes se encontraban, por cierto, Manuel Antonio Rico y
Javier Zuloaga, a los que explicamos la comunicación del silbo y por
qué se tardaba menos por barco desde Playa Santiago a San Sebastián
que en coche.
Desde
entonces, mantuvimos una relación respetuosa y cordial, labrada en
distintos destinos. Más de una entrevista en Radio Popular de
Tenerife, a cuyo director, José Siverio Pérez, le unía una sincera
amistad. Tiempos de advenimiento democrático, de luchas sindicales y
de primeras elecciones municipales. Mardones, doctor en Veterinaria,
era solvente, amable y predispuesto. Después de gobernador, le
seguimos como subsecretario del Ministerio de Agricultura y como
presidente del Instituto de Reforma y Desarrollo Agrario (Iryda),
cargo en el que ya tuvo algo que ver con la ampliación del Jardín
de Aclimatación (Botánico) del Puerto de la Cruz.
Luego,
en la Unión de Centro Democrático (UCD), iniciaría una larga etapa
como Diputado a Cortes. Desde 1982, después del contundente triunfo
de los socialistas, afrontó las tareas del legislativo. Trabajador
incansable, también asistió al nacimiento de la Comunidad Autónoma.
Mardones bregó todo lo que pudo a favor de los intereses generales
de Canarias. Fue miembro del consejo político de Coalición Canaria
(CC), en la que se integró la Agrupación Tinerfeña de
Independientes (ATI), a la que dedicó notables esfuerzos en su
primera etapa que cristalizará con las Agrupaciones Independientes
de Canarias (AIC), mediados los años ochenta. Abrazó el
nacionalismo moderado y siempre rechazó los brotes independentistas.
Parecía tener el don de la ubicuidad: asistía regularmente a actos
institucionales, religiosos y festivos, tal es así que llegó a
comentarse que disponía de un traje de mago en el coche por si, con
las horas justas, aún buscaba hueco para acudir a una romería. Y
cumplir.
En
la década de los noventa, volvimos a coincidir, esta vez en Madrid,
cuando Jerónimo Saavedra era ministro para las Administraciones
Públicas. En el Congreso siempre hubo un Luis Mardones caballeroso,
respetable, polivalente, elocuente y pragmático.
El
mismo que, al margen de avatares políticos, fue mantenedor de
fiestas de arte y presentador de exposiciones artísticas o libros.
En uno de estos actos, precisamente, en el Ayuntamiento de Los
Realejos, noviembre de 2011, fue la última vez que coincidimos para
glosar un pequeño tomo de Esteban Domínguez y José Peraza, Los
Realejos de ayer y de hoy.
Luis
Mardones Sevilla, un político cabal, responsable, emprendedor y con
talante. Le recordaremos siempre.
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