“Qué
sería de la vida si no tuviéramos el valor de intentar algo”,
dijo una vez el pintor holandés Vincent van Gogh, uno de los impresionistas por excelencia en las décadas finales del siglo XIX.
Pedro
González, Pegonza, como firma sus obras, quiso probar. Había en su
interior algo que le decía ¡adelante! Era una inquietud vocacional.
Lo intentó. Y lo logró.
Esta
es la tercera exposición que presentamos de su producción. Sin
ánimo comparativo, esta entrega refleja la progresión de un artista
autodidacta, no profesional, alumno de la inolvidable Clorinda Padrón
y del autor francés Bernard Romain, al que visitó recientemente en
su país, por cierto, para contrastar un inagotable quehacer.
Cuando
expuso Pinceladas,
en
esta misma sala, dijimos que ya había que ir pensando en un
acuarelista consumado. En efecto, hoy se adivina un estilo propio,
fruto del esmero con que hay que conducirse en un género exigente.
Si no hubiera sido constante, si no hubiera tenido continuidad o si
no hubiera seguido mezclando pigmentos y dejando caer el agua justa,
la precisa, las acuarelas de Pegonza no se diferenciarían de
aquellas primeras que costaban y desazonaban por sus resultados.
Debía saberlo pues su obra ha aumentado cuantitativa y
cualitativamente, de modo que su aparición ya despierta la
expectativa reservada a los preferidos.
Había
que intentarlo y pudo. Era cuestión de dar más consistencia a los
colores y lo ha conseguido. Pedro González hace gala, en ese
sentido, de la perseverancia que debe distinguir a cualquier artista
que se precie. Su paisajística acuarelista ha ganado allí desde
donde se contemple. Pero también el bucolismo más cercano. Cerca
del mar, en pleno monte o en concentraciones urbanas, monumentos,
rincones, el colorido fluye con tacto, alterna para dar con la luz
ambiental precisa. Y las escenas que fueron o son cotidianas tienen
ya todos los atractivos para ser identificadas con un estilo propio.
La cualidad básica de la transparencia está intacta.
Entonces,
quienes hoy contemplen por primera vez las obras de Pedro González
es probable que acepten un cierto dominio de la técnica acuarelista.
Pero es bueno recordar que llega hasta aquí después de muchas horas
de trazos, mezclas y probaturas. En ese sentido, no está por demás
recordar que la
técnica de acuarela se aplica diluyendo en agua el pigmento
aglutinado con una goma suave, como la arábiga. La transparencia de
los colores depende de la cantidad de agua que sea incorporada a la
goma y también a la tonalidad que sea requerida por el pintor. Esta
técnica no utiliza color blanco, ya que éste se obtiene por
transparencia con el papel blanco del fondo. El objetivo de la
acuarela es transparentar los colores con agua y quizá hasta
permitir ver el fondo del papel o de la cartulina que actúa como
otro tono.
La
pintura de acuarela, en efecto, posee opciones para poder lograr
diferentes efectos sobre los cuadros. La misma, en estado sólido, se
disuelve en agua y se aplica sobre el papel por medio de pinceles.
Aunque es un tipo de material moderno, a lo largo de la historia se
han empleado diferentes pinturas a base de agua. El autor tiene claro
que las acuarelas no se resuelven por fórmulas ni recetas maestras,
mágicas invariables o con unos cuantos trucos aprendidos en algún
taller o curso, sino que requiere un estudio y constancia rayando en
la obstinación con el fin de conocer la técnica, para resolver, con
ciertas garantías cualquier obra. Una de las técnicas más
utilizadas para pintar son las acuarelas o aguadas. Lo más
complicado de este tipo de técnica es controlar la cantidad de agua
usada para colorear y que tiene muy difícil la rectificación en
caso de error. Además el tipo y la calidad del papel son bastante
importantes. Las técnicas basadas en agua son muy usadas en paisajes
marinos o lluviosos o con un carácter romántico o nostálgico, bien
es verdad que durante la Guerra Civil de los Estados Unidos los
dibujos de los que fueron denominados reporteros-artistas plasmaron
escenas bélicas que se utilizaron como ilustraciones en periódicos,
revistas y publicaciones.
Así
pues, esta nueva comparecencia acuarelística de González le permite
seguir avanzando en su proceso de madurez artística que evoluciona
favorablemente porque conserva la vocación, en primer lugar, y
porque se ha esmerado en el cuidado de la técnica.
Doña
Clorinda y Romain se sentirían orgullosos de aquel aprendiz que, en
silencio, escrutaba sus cuadros y se esmeraba en enriquecer sus
habilidades, con el agua y con los pigmentos.
Pedro,
Peri González, le hizo caso a Van Gogh: tuvo valor y lo intentó.
Hoy pinta acuarelas con solvencia y su arte ya es respetado y
admirado.
(Texto leído anoche durante el acto de presentación de la exposición de Pedro González en La Ranilla Espacio Cultural. Se mantendrá abierta hasta el próximo 30 de diciembre).
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