Joan
Manuel Serrat acaba de ofrecer su enésima lección de sensatez. Ha
exhibido ese seny
del que tanto alardearon los catalanes hasta que el virus
independentista inoculó el tejido social y afloró los
contrasentidos y los comportamientos más inconsecuentes que se
recuerdan, nada que ver con aquel vanguardismo europeísta que
distinguía a una sociedad emprendedora y avanzada que eclosionó en
los Juegos Olímpicos de 1992.
El
cantautor, de próxima aparición en Canarias el inminente enero,
interrumpió en Barcelona un concierto incluido en la gira
'Mediterráneo da capo', cuando un espectador le pidió que cantara
en catalán, “que estamos en Barcelona”. Serrat no se arrugó y
con ese temple que caracteriza a los elegidos y a los que ya han sido
todo en su desfile incesante por los escenarios, pidió al público
que no aplaudiera sus palabras y dijo que “siempre viene algún
despistado a los conciertos”.
A
buen entendedor... Pero, por si necesitara abundar en explicaciones,
recordó que compuso y grabó Mediterráneo
en
1971, un tótem de la música moderna española con diez canciones,
todas en castellano y que ahora en esta gira, las interpretaba en
orden. Serrat lamentó esta recriminación, la primera que le hacían
en su larga carrera, y visiblemente molesto dio con la tecla
definitiva: “Sé perfectamente que estoy en Barcelona, seguramente
lo sepa antes que usted”. Añadió: “Desde antes que usted, estoy
trabajando por hacer cosas en esta ciudad, así que le pido que deje
hacer mi trabajo”.
Nos
imaginamos cómo se habrá quedado el despistado, después de la
ovación que el auditorio dedicó al poeta. Y lo que son las cosas:
Serrat, en pleno franquismo, fue reprobado por no poder interpretar
en catalán la canción con la que representaba a España en
Eurovisión. Temps
era temps....
por emplear para la ocasión el título de una de sus canciones.
Ahora, queriendo o sin querer, ha reivindicado el castellano,
manteniendo el original de aquel formidable bagaje poético
registrado hace cuarentaisiete años.
Pero
sí, despistados los hay en los conciertos y espectáculos públicos
de toda índole. Algunos no se conforman y exteriorizan su
distracción o su extravío con un grito o un desafuero, si es de
reproche al protagonista, mejor. No discrepan porque haya hecho
una mala interpretación o haya desafinado sino porque no canta en el
respetable idioma que prefiere, “que estamos en Barcelona”.
Pues
el despiste se paga con sentido común, con una réplica cargada de
templanza para seguir cantando libremente. Últimamente, en foros y
espectáculos abundan esas 'extravoces' que alteran el desarrollo de
de una intervención que ha conllevado preparativos, se supone que
considerables y costosos. “¡Libertad de expresión!”, exclamará
alguien en defensa del espontáneo despistado. Hay que defenderla,
pero siempre que se respeten las reglas del juego o no se interrumpa
o no se insulte o se rompa la deslealtad. Los despistados deberían
ser más conscientes y entender el lugar donde se encuentran antes de
acreditar, motu
proprio, esa
condición.
Se exponen que alguien, simplemente con sensatez, les ponga en evidencia.
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