Treinta
y nueve años cumple hoy la Constitución Española. Es un
aniversario sacudido por la controversia de quienes la cuestionan, de
quienes quieren reformarla, de quienes se resisten, de quienes abogan
por otro modelo o forma de Estado...
Pero
la Constitución nació con vocación de resistir las crisis, incluso
las más difíciles de vislumbrar. Por eso, hasta donde haya
racionalidad política, cualquier planteamiento revisionista debe ser
fruto, cuando menois, del mismo consenso que presidió su
elaboración, allá a finales de los setenta del pasado siglo.
Cierto
que las circunstancias son distintas pero las exigencias, las mismas.
España ha disfrutado, con la Constitución, de un largo período de
estabilidad. La siempre difícil convivencia ha ido madurando, pese a
los vaivenes y las diferencias. Pero la solidez de los cimientos ha
permitido sortear los temporales. Claro que los de la crisis y de la
corrupción dieron lugar a un escenario en el que no solo cobraron
fuerza nuevos actores con tendencias a la radicalidad o al populismo
incontrolado sino en el que han ido surgiendo ambientes de desazón,
de desconfianza y hasta de escepticismo, reflejados en un ambiente
muy extendido de desafección política, de rechazo y de
incredulidad.
Con
esa vocación pervive casi cuarenta años después. Con los mismos
valores que la inspiraron. Pero aceptando que hay otras realidades
que requieren un examen profundo para proceder a su adaptación.
Ahora, por fortuna, hay elementos que serían muy útiles en el
proceso de revisión: experiencia, madurez política y espíritu de
diálogo. Todo ello debe confluir en un análisis concienzudo que se
traduzca en propuestas aptas para ser debatidas con la máxima
fluidez y con el propósito de alcanzar el acuerdo más satisfactorio
posible. Sin prisas, sin sobresaltos, sin atajos improvisados.
Estamos
de acuerdo en que la reforma es necesaria. Se trata de mejorar el
texto aliviando tensiones y cualificando las bases democráticas que
han demostrado, por cierto, su firmeza. Mejorar para alargar las vías
que nos dimos y en las que todos cabemos. La libertad, la justicia,
la igualdad y el pluralismo siguen siendo valores primordiales, luego
todos los demás derivados deben responder a las demandas sociales y
políticas que enrarecen el presente y requieren un tratamiento
adecuado para el futuro, para otro largo período en el que sea
posible convivir y avanzar por la senda de la modernidad y del
progreso social.
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